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--- Semana Santa Viveiro ---

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Publicado 01/10/11

Colección de Pregones.Semana Santa 1982

Por Francisco Leal Insua

Iglesia  de San Francisco - 25 Marzo 1982

Señor sacramentado:
Creaste el Universo para el movimiento
contínuo de las galaxias en la infinitud
del espacio, y Tú, desde aquel Jueves Santo
fundacional, te has quedado en la
pequeñez del tabernáculo por amor a la humanidad…
¡Te damos gracias, Señor!


Queridos amigos de Vivero:

El 16 de agosto de 1943 terminaba de imprimirse en Lugo, segunda edición, el libro Pastor Díaz, príncipe del Romanticismo, que alguno de vosotros quizá recuerde aún. En él se estudia la posibilidad de elevar la estampa a género literario, y, como anticipación y prueba estilística, el capítulo VII se titula Estampa de la Semana Mayor, en el que describe la sucesión de los actos litúrgicos tal como venían celebrándose hasta entonces en nuestro pueblo pero con la novedad literaria de que, al propio tiempo, se aprehendía y comunicaba la emoción interior de cada participante. El autor pretendía, en clave analítica, superar las descripciones tópicas al uso para obtener una nueva interpretación visualizada mezclando a partes iguales la técnica de la crónica con la audacia original del ensayo, agregándoles un pellizco de poesía.


Varios críticos nacionales y extranjeros afirmaron que se había conseguido, y algunos escritores comenzaron a cultivar el procedimiento con intención biográfica, histórica o simplemente narrativa, ya que, además, toda la primera parte del libro va dedicada a ennoblecer los temas locales y a contemplar con mirada sensitiva los hombres y las cosas a través de una prosa de elaboración artística y emocional.

La primera publicación pasionaria. Quiere decirse que a partir de ahí, ya recuperada la paz en España; aunque la guerra seguía entonces enloqueciendo al mundo, los vivarienses empezaban a reunirse para encauzar los nuevos fervores que nuestra Semana Mayor venía suscitando. Y así, el año 1946 sale a la luz pública la revista Semana Santa en Viveiro, un folleto de 22x15, bicolor —semibistre y morado—, con cinco páginas de texto y tres de publicidad, figurando en la portada una excelente reproducción de la hermosa imagen de Jesús en el Huerto de los Olivos. Este folleto se busca hoy como una joya bibliográfica que cualquier día pasará a la hemeroteca de cualquier museo, por representar la anticipación y la norma de las pocas publicaciones que, con programa y cuerpo de doctrina pasionaria, anunciaban los actos litúrgicos que iban a celebrarse en los templos y en las calles y evocaban los que se habían celebrado a lo largo de los siglos.


Además, lo curioso de la revista vivariense de 1946 es que todos los textos fueron redactados por una sola persona, que firmaba con el seudónimo X. y Z.; y todos sabemos que era don José Pérez Barreiro. La personalidad de este ilustre sacerdote, su estudio—biblioteca de la finca Villa Lourdes de Pedeboy, la amarga soledad de su vida, la agilidad de su mente  y de su pluma, todo está difuminándose tristemente en el olvido desde su inesperado enterramientos en Samos.


Don José de las Monjas —según el cognomen que le dí en un ensayo biográfico, hace mucho tiempo— redactó esos textos bajo la influencia de la teoría expuesta al principio. Y lo más objetivo es que hace referencia a la Cofradía de Comerciantes e Industriales que “acrecieron la solemnidad y el valor artístico de nuestra Semana Santa con una nueva y magnífica procesión en la noche del Jueves Santo y con un nuevo grupo escultórico, reproducción iconográfica tantas veces repetida en la que culminó el genio de Miguel Ángel con la Pietá… (Efectivamente, el año anterior, 1945, ya había desfilado el paso del Santísimo Cristo de la Piedad, causando grata sorpresa en el pueblo y con la novedad de que los cirios que portaban los hermanos así como los faroles del grupo escultórico alumbraban por conexión eléctrica).


Sin pretenderlo, don José Pérez Barreiro estaba fundando en el año 1946 la revista anual  de nuestras procesiones pasionistas con la publicación de ese número precursor, catalogable en la historia del periodismo de Galicia.

Continuidad de la Revista de Semana Santa. Al año siguiente, 1947, se edita el segundo, ya como publicación patrocinada por la Cofradía del Santísimo Cristo de la Piedad, con el cuadro de los miembros de honor y con la lista de su junta rectora: era Hermano Mayor don Lino Grandío Carballeira. Después, la revista dejó de editarse durante un lustro al comienzo de la década de los sesenta, pero en el tiempo que va de 1945 a 1959 han sido incorporados a los desfiles piadosos otros grupos e imágenes gracias al estímulo y a la generosidad de las nuevas hermandades filiales de la Cofradía del Santísimo Cristo de la Piedad y a la cuantiosa aportación económica de una conocidísima y prestigiosa familia vivariense. Fueron los tiempos de la colaboración y del entusiasmo de todos.


Ya se ve, pues, que es necesario que se escriba algún día la historia total de nuestra Semana Mayor, a la que estamos incorporando estos datos elementales sobre su portavoz periodístico, que reaparece el año 1966 y que, sin explicación lógica aparente, vuelve a desaparecer el 1969, lo cual acusa una crisis recidiva que debiera estudiarse a fondo para que se reafirme y mejore en los próximos años. Por lo que pronto se reanuda en este de 1982, patrocinado como antes por la Cofradía del Santísimo Cristo de la Piedad, de la que es Hermano Mayor don Juan Novo Pérez. Hay que decir, también, que vienen colaborando con eficacia en la solemnidad y prestigio de los cultos y desfiles la Ilustre y Noble Cofradía del Rosario, que rige provisionalmente el párroco de Santa María don Antonio García Mato; la Venerable Orden Tercera de San Francisco, de la que es Hermano Ministro don Manuel Vázquez Chao; y las Hermandades del Prendimiento, de las Siete Palabras y de la Santa Cruz, que presiden, respectivamente, don José González Rodríguez, don Francisco Sampedro Galdo y doña María Hermida Milia.


Pensando en el futuro, y para evitar sus injustificables desapariciones opino que el pregón periodístico impreso debe convertirse en una publicación más unificada y con título definitivo, evitando, por ejemplo, que los fotograbados sean los mismos todos los años y que, al contrario, cada año sea diferente el tamaño y el formato. Por eso urge una remodelación, tanto en la estampación como en las colaboraciones a fin de incrementar en el conjunto de los números los trabajos meritorios avalados por firmas  responsables y de suprimir los que por su enfoque seglar o por su falta de calidad resulten materiales de relleno equívocamente fol-klóricos.


¿Hubo servitas en la comarca vivariense? También convendría realizar una seria investigación sobre un asunto muy interesante que dejó planteado don Francisco Fraga Fernández, el recordado párroco de Santiago, en su artículo de 1969: “Vivero y la Pasión de Jesucristo”. Señalaba en él que varias imágenes de las iglesias parroquiales de Chavín, de Galdo, de Santa Eulalia de Merille, por su especial significación iconográfica propician la meditación de los Dolores de la Virgen y de la Pasión de Jesucristo, justificando, quizá, la liturgia pasionista que promovían los hermanos de la Orden Tercera de los Servitas. Con lo que surge la consideración apremiante de dar respuesta a estas dos incógnitas: entre los escondidos conventos rurales de la comarca vivariense, de los que sólo quedan ruinas y olvido, ¿había alguno de religiosos servitas?. Si don Francisco Fraga sugiere que actuaron en San Pedro de Vivero y en Santa Eulalia de Merille sus terciarios, ¿qué confirmación documental podría aportarse? Y aún habría que relacionar la proyección religiosa que la figura del primer director espiritual de la rama femenina de los servitas, el bienaventurado Felipe Benicio, pudo haber ejercido en Vivero. Nunca se habló de ello, pero a mí siempre me alertó el hecho de que el hermano pequeño de Pastor Díaz —que falleció prematuramente en Madrid cuando era ordenador de pagos del ministerio de Gobernación— había sido apadrinado por nuestro poeta, y éste, curiosamente, le dio el nombre de Felipe Benicio.
Quiero indicar con todo esto que hay que reorientar la revista Pregón de la Semana Mayor hacia su seguridad económica y su continuidad periodística partiendo de un diagrama que obligue a solicitar los originales antes del mes de diciembre de cada año y que imponga una temática escalonada a los colaboradores, entre los que nunca se ha contado a los párrocos de la comarca a pesar de que son imprescindibles para completar el estudio de los templos y de las imágenes principales desde Muras a Vicedo y a Burela. De esa forma, agrupando después los números de cada lustro en la colección, dispondremos de una historia cíclica de temas religioso—culturales desarrollados con rigor al eliminar las faramallas del espontáneo de turno. Quizá para ello habría que convocar durante el verano una reunión interparroquial con los dos párrocos y los presidentes de las cofradías y hermandades para que pudiera designarse un Consejo de Redacción que respaldara al técnico que habría de responsabilizarse, gratuitamente.


Nuestros sacerdotes. Hay datos suficientes y concretos para demostrar que las cofradías vivarienses son de fundación muy lejana. Tanto los frailes dominicos como los franciscanos iniciaron aquí su vida comunitaria a finales del siglo XIII, y es de suponer que, además de sus obligaciones misionales, les absorbieran su tiempo los innúmeros trabajos  materiales y las grandes dificultades económicas originadas por la lenta construcción de los edificios de sus conventos y de sus iglesias. Pues con todo, las cofradías que franciscanos y dominicos  fundaron con seglares, ya estaban en plena actividad en los siglos XV y XVI.
Si nos detenemo

s a considerar la intensidad de la vida espiritual en Vivero durante la Edad Media llegaremos al asombro. Hay una época en que se celebran cultos a un tiempo en este admirable templo de San Francisco, con la capilla adosada de la Venerable Orden Tercera, y en el de los padres predicadores de Santo Domingo, así como en el de las freiras del monasterio de Valdeflores; y ya más recientemente, en la capilla del pazo de La Misericordia, en la del hospital de San Lázaro y en la del Cristo de los Malates, del camino Real. Total, siete lugares consagrados para la plegaria fuera de los muros de la población. Intramuros, acogían a los fieles las iglesias parroquiales de Santa María (la primera de todas por haber sido elevada mucho antes de la llegada de los frailes y después de la de San Pedro) y la de Santiago (la que fue derribada en la plaza por la furia inconoclasta del anglófilo Mendizábal, aquel mónstruo), ambas testimonio de la importancia poblacional del Viveiro antiguo. Y aún tenemos que mencionar el hermoso templo del monasterio de la Concepción, ¡tan falto de novicias actualmente! Lo que explica que nuestros antepasados nos legaron una fe muy enraizada, y que con la aportación de los seglares de las cofradías a la liturgia haya sido relativamente fácil en aquellos tiempos la misión de los sacerdotes regulares y seculares porque eran numerosos y porque la clase laboral también se agrupaba en los famosos gremios, de tan fervorosa fraternidad que aún podemos contemplar las imágenes de sus santos Patronos en ambas parroquias.


Hoy, con una moral pública escandalosamente deteriorada, con una sociedad hedonista y devoradora, con tantos padres dimitidos de su patria potestad, la vida espiritual  es mucho más difícil, y, por tanto, más meritoria. De ahí que sea imprescindible que todos se afanen por renovar y dar nuevo impulso vital a las cofradías y a las agrupaciones piadosas, catequísticas, bíblicas o de cualquier signo, y no solamente para atender al esplendor de los cultos, sino, y principalmente, para cooperar con los pocos sacerdotes que nos van quedando en su tarea transcendente de la salvación de las almas.
Porque bien conocido es el ejemplo y la rectoría que un año tras otro vienen ejerciendo aquí los párrocos de Santa María y de Santiago reverendos don Antonio García Mato y don Leoncio Pía Martínez. No hace falta repetir que, desde que se hizo cargo de la de Santiago, don Leoncio está realizando una labor apostólica y profesoral que todos conocemos y aplaudimos, aparte de dirigir la esperitualidad y las convivencias de un amplio grupo de catecumenado, de esos que silenciosa pero eficazmente se están extendiendo por Europa, después de haber sido fundados por un joven seglar en Madrid, hoy ejerciente en Roma. Y mientras don Leoncio atiende a esta oportuna restauración de este magnífico templo de San Francisco, nosotros debemos pensar que en Vivero estamos viviendo un tiempo de restauración monumental, gracias, eso sí, a un vivariense adoptivo al que en su día le tendremos que hacer presente la gratitud de todos en un homenaje popular.

De don Antonio podríamos decir cariñosamente que ya es más vivariense que villalbés; que ama entrañablemente —mucho más de lo que gente supone— al casi milenario templo románico que tiene a su cuido; que todos le escuchan y le admiran, según ha quedado de manifiesto en la celebración de sus Bodas de Plata con la parroquia, tan asistido en el afecto por los demás eclesiásticos como por todos los vivarienses. Yo recuerdo ahora el entusiasmo con que en las pasadas vacaciones me dio a conocer don Antonio, linterna en mano, la pila bautismal de Santa María, que tiene exteriormente alrededor de la copa una enigmática talla realizada hace quizá más de ochocientos años por un artista del románico gallego. Vino a estudiarla un sabio alemán, pero aún está sin aclarar su tema que, al parecer, puede que sea una síntesis de la Creación. A pesar de ser feligrés tantos años —aunque bautizado en este bien admirable templo de Santiago—, yo no conocía este momento pétreo, y ningún estudioso de Galicia se ocupó de él ni antes ni después de los que ahora somos.


Concretando, afirmemos que con esta feliz coyuntura de regir a Vivero  dos párrocos tan religiosamente meritorios (don Leoncio también acaba de celebrar, en Comillas el veinticinco aniversario de su ordenación), tenemos que reconocer también con respeto y complacencia filial que el actual prelado de Mondoñedo—Ferrol monseñor Miguel Ángel Araujo Iglesias tiene para nuestro pueblo paternales predilecciones ya que, a pesar de la general penuria de sacerdotes, en la comarca vivariense ora y labora un clero muy preparado y muy eficaz tanto en la cooperación temporal como en la cura de almas ¿no es verdad, querido don Vicente Gradaille? Por eso es justo y necesario que agradezcamos todos al Prelado su acierto en la selección y en la designación de nuestros sacerdote —de ayer, de hoy y de mañana— porque su apoyo es decisivo y su atención constante.  Con la simpatía general, además, de que por ser numerario de la Real Academia Gallega ejerce su apostolado bilingüe, según la oportunidad y la necesidad de cada ocasión.
Y también me vais a permitir, queridos amigos de Vivero, que en este momento de reconocimiento, de exaltación y de gratitud a los Pastores que han renunciado a su vida íntima personal y familiar para entregarse tan generosamente a la nuestra, evoque en mi recuerdo a un vivariense ignorado, a un teólogo eminente, a un hombre de Dios que nació en una casa del final de la calle de Pastor Díaz el día cuatro de enero de 1905. Su padre era un humilde relojero, y el chico, tras muchas vueltas a la esfera del tiempo, ganó por oposición una beca para ingresar y estudiar en el Seminario de Madrid—Alcalá. Se llamaba Ramiro López Gallego.


Creo que muchos de vosotros sabéis que hace cincuenta años empecé a escribir un libro sobre los escritores vivarienses. Puede que no me llegue el tiempo para darle fin, pero, en cambio, ya he dejado constancia de varios de ellos que nadie reconoce como tales vivarienses sin esta dedicación. Así don Ramiro, con quien he tenido larga relación epístolar, y de quien he recibido sus libros de filosofía, de teología y de ecumenismo. Don Ramiro López Gallego ha muerto hace años y alguna entidad vivariense haría bien reeditando sus obras. Fue dos veces doctor por la Universidad Gregoriana de Roma: en filosofía y en teología. La licenciatura en estudios orientales la obtuvo en el Pontificio Instituto Oriental de la Ciudad Eterna. Durante muchos años profesó en la cátedra de Dogma y de Estudios Orientales en el Seminario de Madrid—Alcalá. Yo le conocí como director de la Revista Española de Teología, desde 1947, que aún edita el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Y le recuerdo en plenitud durante la etapa del Concilio Vaticano II, en Roma, como asesor de Teología del Episcopado español. En varias ocasiones me había hablado de él con admiración paternal  el Patriarca de las Indias Occidentales, doctor Eijo Garay; respeto y predilección que siguió dedicándole el inolvidable arzobispo de Madrid—Alcalá don Casimiro Morcillo. Pues bien: don Ramiro López Gallego, entre sus recuerdos más emocionales, evocaba devotamente la celebración de la Semana Santa en su pueblo natal, que es el de todos nosotros.


Y ahí quedan, en la penumbra de las grandes bibliotecas sus páginas orientadoras y penetrantes de profunda doctrina reunidas en un opúsculo que tanto está influyendo a distancia en la Comisión Internacional Anglicano—Católica para el posible acuerdo anticipado que estos días se obtiene en la previa aceptación del arzobispo de Canterbury, reverendo Robert Runcie, para reconocer que el Papa es, ya, el primado universal de la Iglesia católica y anglicana. Cuando Juan Pablo II llegue a Londres será más fácil el avance de los otros posibles acuerdos ecuménicos. Y en el Cielo, dónde todo se sabe, el espíritu de un sencillo sacerdote vivariense que fue apóstol del acumenismo sentirá nuevos éxtasis en la eterna complacencia de Dios.

Nuestras procesiones, comienzo y final de todo el proceso místico. Cuando en los conventos vivarienses de Santo Domingo y de San Francisco —¡cuántos siglos pasaron desde entonces!— se acordó sacar a la calle la prolongación de los cultos de la Semana Santa, parece que fue creada una comisión de religiosos de las dos órdenes para redactar las normas que regularían los desfiles penitenciales y procesionales, integrando en ellos la cooperación de las parroquias de Santa María y de Santiago. Así fue cómo nacieron nuestras procesiones de la Semana Mayor que, con pocas imágenes al principio, han ido incrementándose en el correr de los años para alcanzar una mayor representatividad en cada uno de los días pascuales. Lo acostumbrado hasta entonces en los templos parroquiales era que cada agrupación gremial llevará anualmente a la exaltación pública la imagen de su santo Patrono el día de su fiesta canónica. Pero como había muchos gremios y se repetían con frecuencia las procesiones, para evitar su multiplicación se unificaron bastantes de ellos a un desfile procesional colectivo con las imágenes de todos, el jueves de Corpus Christie, previa la representación dentro de los templos de un auto sacramental lleno de simbolismos y tautologías, pieza dramático—religiosa que fue llenando después de contenido teológico el gran teatro del mundo, según el más conocido título de don Pedro Calderón de la Barca y de tantos otros ideados en el Méjico  virreinal por aquella monja prodigiosa que se llamó en el claustro sor Juana Inés de la Cruz.


Pero lo que antes idearon los religiosos de diversas órdenes e institutos fueron esos manifestaciones de representación primaria y bíblica tales como los cantares de villancicos ante el Niño—Dios; la vida, pasión y muerte del Señor; el gran misterio de su Resurrección; el acompañamiento y la perenne obediencia de los ángeles —¿no recordáis el famoso y antiquísimo auto del Misterio de Elche?—, y tantas y tan agudas representaciones de carácter místico adaptando a la mentalidad popular las más obtusas concepciones teológicas.


Pues así hicieron en Vivero dominicos y franciscanos —los más grandes Patriarcas del Occidente Cristiano han sido San Benito, Santo Domingo y San Francisco— y así fueron consiguiendo lo que después iban a heredar y a continuar los párrocos seculares, aunque entonces el poder religioso local era tripartita. Vale decir que, inicialmente, al concretar el orden de la representación de imágenes, estandartes e insignias, lo que estaban haciendo con eso los sacerdotes regulares era ya lo que después iba a ser ejemplo y fundamento de la gran literatura española en los autos bíblicos: una teología consuetudinaria inserta anualmente en la prescripción litúrgica de cada Semana Santa mediante la representación artística de las esculturas piadosas. Y eso es lo que culminó en Vivero llegándose a la pureza representativa y a la emoción religiosa de nuestras incomparables procesiones. Los desfiles de Valladolid son estremecedores por la cantidad y la calidad de los grupos escultóricos, los mejores de España —yo siempre que puedo hago escapadas al prodigioso Museo Nacional de Escultura—; los desfiles de Sevilla, o de Granada o de Córdoba, son maravillosamente espectaculares y atrayentes; pero no hay en el orbe cristiano —hecha excepción de los de los Santos Lugares que describió nuestra monja Egeria y que están plasmados en el códice descubierto en el año 1844 en Arezzo por Gamurrini; y digo nuestra Egeria por gallega y por pariente cercana del Emperador Teodosio—; no hay, repito, un Viernes Santo que sea tan minuciosamente litúrgico y tan teológicamente representativo y completo como el que desde hace cientos de años se celebra en Vivero de templo a plaza, de plaza a atrio, de atrio a rúa y de rúa a templo. O sea que en las iglesias y en las calles de Vivero padece, muere y es llevado al Santo Sepulcro el Señor, dejando el inmenso sufrimiento a la Soledad.


Y toda esta grandiosa piedad heredada es el patrimonio más noble y más antiguo de los vivarienses. Por eso quizá sea necesario, conforme a los tiempos, sistematizar durante el año el fondo de sustentación económica de las cofradías y hermandades —los gastos aumentan desproporcionalmente cada año— que con empuje digno de seguimiento laboran en la parroquial de Santiago: y probablemente habrá que reforzar en Santa María la más antigua de todas, la Ilustre y Noble Cofradía del Rosario, con una Tercera Orden Dominicana, o, simplemente, con una hermandad filial que logre una mayor aportación económica y personal, aliviando así las cargas que ahora tanto pasan allí en tan pocas personas. ¿No habría unos cuántos vivarienses de intensa vida piadosa que pudieran ayudar al benemérito párroco en tantas dificultades?.

El Papa acaba de proclamar la validez y la necesidad de las cofradías, al recibir a los obispos andaluces en su visita ad limina. El Papa acaba de proclamar que la religiosidad popular tiene en las cofradías un medio ejemplar de formación cristiana. El Papa acaba de proclamar como agentes evangelizadores a los miembros de las agrupaciones piadosas y a los movimientos familiares de espiritualidad. Solo queda, pues, escuchar la voz del Pontífice: oremos y laboremos. Pero vigilemos también si algunas minorias en olor de acritud tratan de infiltrarse para ejercer secretamente su propio mando en plaza.
Mañana, queridos amigos de Vivero, mañana comienza otra vez el Domingo de Ramos con el gozoso ¡Aleluya! por la llegada del Señor. Para el otro ya será el ¡Aleluya! Pascual del Domingo de la Resurrección. Y entre ellos, los días de la Semana Mayor de la redención de todos los hombres.

El encuentro eucarístico en el atrio de Santa María. Resulta curioso que entre los muchos apologistas de los cultos de la Semana Santa vivariense apenas se refiera alguno al emotivo acto litúrgico final que todos los años se celebra el domingo de Pascua florida en el atrio de Santa María del Campo. Y éste sí que entra totalmente en la estructura histórica del auto sacramental con un mínimo desarrollo de procesión eucarística.

En mis recuerdos infantiles, tan llenos aún de personas y cosas en ese atrio —no se pasan en vano varios años de convalecencia en un lugar incomparable, mirando al cielo— que separa y aproxima los dos templos de intramuros, lugar preferido entonces para reuniones de niños en sofoco de juegos y en descanso de lecciones de Doctrina dominical, aún se refleja la escena lejana de la mañana del domingo de Gloria:
Se abren totalmente las puertas frontales interiores y exteriores del casi milenario templo románico y aparece el Santísimo bajo palio, precedido de cruz y ciriales alzados por monaguillos con roquete, y acompañado por sacerdotes de rizada pelliz almidonada: por laborantes de obrador principal; por mujeres piadosas ya rendidas de los rezos íntimos y de los largos desfiles de toda la Semana Mayor; de fieles de las dos parroquias ciudadanas, con la adición de algunos asistentes conspícuos de Cillero y de Covas, que son los que discuten o perdonan al núcleo urbano sus desatenciones a la ría. Con todo, no suelen llenar el atrio como en el Desenclavo.


Suben las antífonas y los humos olorosos a la transparencia matinal,  y el cortejo se dirige al ábside, siguiendo la fachada sur. Mientras, sale San Juan hacia el mismo sitio flanqueando la del norte. Al encontrarse el Discípulo con el Señor sacramentado, vuelve a la puerta principal del templo para avisar a Nuestra Señora, igual que el Viernes Santo en la plaza. Pero ahora no es la Dolorosa, sino la Virgen del Rosario (sin rosario y sin Niño), oculta bajo una amplia mantilla negra confeccionada por monjas españolas en la isla filipina de Luzón —cuando la gobernaba don Luis Pérez das Mariñas—, que sigue a San Juan. Al llegar ante el palio, el joven Apóstol se coloca al lado del Sacramento, y los llevadores de Nuestra Señora hacen una triple genuflexión con el anda, la depositan en tierra y le retiran a la imagen la tupida blonda. Entonces aparece sonriente la Virgen con una rosa dorada en la mano derecha, que le ofrenda al Señor, simbolizando el primer gran misterio glorioso: el de la Resurrección del Hijo de Dios hecho Hombre.


Vuelve a formarse el cortejo, que completa el rodeo al templo por el exterior, entre sahumerios cánticos:


¿No iba el Hijo a mostrarse a la Madre inmaculada antes de que le viera la Magdalena, o antes de seguir el camino de Emaús?
Aunque en esa ocasión anual del Encuentro Eucarístico en el atrio mi padre no siempre me llevaba de la mano —¡qué suave y acariciante aquella mano de artesano encallecida!—, Yo me volvía torpemente para mirar a lo alto porque sabía que todo a lo largo del alero del convento, al borde mismo del losado, se asomaba esa mañana unánimes y silenciosos los jilgueros, los serines y los gorriones que ya tenían nido en los limoneros, los perales y los manzanos custodiados por las bardas de los pocos huertos que ya quedaban en la ciudad.


Presencié ultimamente con gran nostalgia en Santa María el repetido y siempre renovado auto sacramental, pero no ví por encima de las viejas celosías monjiles ni jilgueros, ni serines, ni siquiera gorriones. Pregunté, y nadie me dio razón.


De repente, en el insomnio del tren al retornar a Madrid, dí con la solución: ¿Cómo van a quedar pájaros en nuestro pueblo si ya no quedan más que dos huertos? Las últimas cercas con frutales se las están disputando, a millón por mano, los ejecutivos de dos compañías inmobiliarias. Pero gracias a Dios la Semana Mayor sigue teniendo dos domingos: el de Ramos y el de Resurrección.

 

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