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--- Semana Santa Viveiro ---

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Publicado 11/07/11

Colección de Pregones.Semana Santa 1975

Este pregón fue pronunciado en la Sala de Fiestas de Verxeles,el día veinticuatro de marzo de 1975 por D. Sebastián Martínez-Risco y Macías

Caros e ilustres Hermanos de las Cofradías vivarienses de Semana Santa:
Dignas autoridades civiles y eclesiásticas:

Señoras y Señores:


Permitidme que ante la magnitud del honor que para mi supone el verme investido de la condición de nuncio de la Semana Mayor vivariense, inauguré mis palabras con la confesión de mi incertidumbre sobre el motivo o, mejor, sobre la justificación de que tal honor haya podido serme otorgado. Cuestión que corresponde, en rigor, a la intimidad de la conciencia, la modestia me impele, sin embargo, a exteriorizarla.


Tan alta distinción, que muy de veras agradezco a las ilustres Cofradías religiosas, que me la han concedido, no puede distinguir en mi persona otro mérito que el de fiel amante de Galicia, en cuya corona luce como preciada joya la urbe vivariense; ni puede reconocer en ella otro título que el de la devota admiración que de muy antiguo, porque me viene de herencia y se templó al calor de la amistad, siento por la muy noble y leal ciudad del Landro; ni puede, en fin, ver en mí más significación que la de ejercer inmerecidamente la presidencia de la Real Academia Gallega, de la cual es Vivero parcela corporativa predilecta. Pero valgan o no valgan para cohonestar mi presencia ante vosotros, lo cierto es que estos sinceros sentimientos de afección no son gratuitos sino justamente debidos a las atrayentes y valiosas cualidades de esta prócer ciudad, merecedora de todo encomio y alabanza porque, junto a la hermosura de su asiento geográfico, posee las tres cosas que más dignifican y ensalzan a un pueblo: su historia, su cultura y su espíritu religioso.


Ciudad de fecunda historia, Vivero hunde y alimenta sus raíces en el humus del tiempo pretérito, a lo largo del cual debatióse con firme voluntad hasta alcanzar la personalidad cívica que hoy ostenta y de la que dan fe sus antiguos monumentos.
Ciudad culta, puede gloriarse de haber sido cuna de aquella personalidad prócer de la inteligencia que se llamó Nicomedes Pastor Díaz, astro refulgente que con su poema Alborada, de título profético, hizo despuntar la aurora de la galleguidad, y a quien la Real Academia Gallega dedicó sendos homenajes al cumplirse los centenarios de su nacimiento y de su muerte. Y puede también jactarse de la fertilidad de su plantel académico, que por sus sabores, méritos y probado amor a la tierra madre decoraron numerosos hijos de Vivero o que de Vivero hicieron patria de adopción: los hermanos Villar Ponte, Parga Sanjurjo, Chao Espina, Noya González, García Dóriga, Tobío Campos, Vila Abuín, Trobo, Fernández Mosteiro, Donapétry…
Ciudad cuya manifiesta religiosidad trascendió a la lira de un egrogio y castizo poeta que en sus aledaños vivió, Antonio Noriega Varela, quien en composición encabezada con una bella imagen describe esta piadosa escena protagonizada por la gente vivariense:

Xa antes de anclar a alborada
sobre a tua Ponte sonada,
humildosiña, contrita,
pasa a xente arrodillada
do Ecce Homo cara a ermita.

Religiosidad que encuentra hoy elocuente y singular expresión en la actitud con que sus hijos se disponen a vivir las emociones de estos evocadores dias, centro y ápice del espíritu del orbe cristiano, durante los que se conmemoran los Misterios de la Pasión y Muerte de Jesús.


A esas relevantes cualidades une Vivero la de una sana alegría. La ciudad sonríe con la sonrisa abierta de las personas de bien, de las gentes de conciencia limpia. Sonríe en la bahía gozosa de la animación propia de la vida del mar; sonríe en el dorado arenal, que besa con su fino y ancho labio las insinuantes y espumosas olas bajo la celosa mirada de los roquedos Castelos; sonríe en el pintoresco paisaje de su entorno, coronado por el Penedo do Galo. La ciudad y su tierra exultan a lo largo del año en fiestas dominadas por la motivación religiosa y que, como lo tiene observado, llenan el periodo que va de la Ascensión al San Ciprián. El mismo inspirado poeta mindoniense registró esta nota de la alegría de Vivero, conjugándola con aquella virtud de su religiosidad, en esta donosa cuarteta:


Vila alegre, vila pía,
ríndeslle a Dios pleitesía
en San Francisco (¡un portento!)
i estache Santa María
brincando no pensamento.


Y acentuando el maridaje de esos dos sentimientos de religiosidad y de alegría, no ya compatibles, sino ligados por relación de mútua causalidad, Noriega Varela atribuy a al “villa alegre”, reconociendo la polivalencia de su sensibilidad, el simultáneo cultivo de las dos devociones:

Incostante, toda amores,
repárte-los teus fervores
entre o incensario e o pandeiro:
vas para monxa en Valdeflores
i és bacante no Naseiro.


Pero, ¡ay!, he aquí que esa proverbial jocundidad vivariense debe ceder, y cede, en estos días de religioso luto, al dolor que suscita en los espíritus cristianos la evocación del drama del Calvario; he aquí que el recuerdo de la Pasión de Cristo ensombrece el ánimo de la ciudad de Vivero y va a eclipsar su habitual alegría. También con su muerte en Cruz ignominiosa se eclipsaban entonces los asombrosos prodigios con los que El certificaba la misión divina de su vida ante la materialidad de la fuerza de todo un imperio que con iniquidad le declaraa reo de alta traición; se eclipsaba la ejemplar santidad de una doctrina; se eclipsaba dulce fraternidad de una conducta. Aquel día aciago, día de la Suprema Injusticia, todas esas rutilantes luces del espíritu se apagaban, aun cuando desde entonces y a lo largo de veinte siglos habían de encenderse de nuevo y alumbrar el camino de la humanidad llevadas desde el fondo y a través de la senda de la historia por doce humildes pescadores. Desde entonces, como dice Papini al referirse a la memoria que en todas parte se conserva do Cristo, “en las paredes de las iglesias y de las escuelas, en las cimas de los campanarios y de los montes, en las ermitas de los caminos, a la cabecera de las camas y sobre las tumbas, millones de cruces recuerdan la muerte del Crucificado”.


¡Ah!, pero en aquella misma hora, en aquella tremenda hora marcada para siempre por la tortura de la Cruz infamante, las tinieblas de la muerte de un Justo oscurecieron el mundo. ¿Qué mucho más que  al recordarlo se nuble también el alegre talante de una ciudad, que Vivero apague su regocijo con el penosísimo recuerdo de la Crucifixión? Y el pueblo de Vivero, punzado por el acerbo dolor de tan sagrada evocación, plegará las alas de su habitual alborozo y se entregará en estos señalados días, con piadoso recogimiento, con íntima religiosidad  –como desde remotos tiempo–  a los actos conmemorativos y a las litúrgicas representaciones de la Pasión y Muerte del Señor, glosados por ilustres escritores y cronistas con tanto fervor, erudición y acierto que empequeñecen y aún hacen innecesaria la aportación de mi modesta palabra.


He dicho, caros oyentes, que el pueblo de Vivero seentregará con piadoso recogimiento a los actos y representaciones conmemorativos de la Pasión y Muerte del Señor, y debe subrayar esta idea que, dadas mis informaciones, tengo por real y verdadera. Porque, en efecto, al intervenir en esos actos de secular tradición popular, los vivarienses no actuarán como meros participantes o, por decirlo gráficamente, como simples espectadores, sino que, en eslabón de una larga cadena de generaciones, obrarán, por dictado tradicional, como devotos protagonista, vivirán íntimamente las diversas escenas en que consisten aquellas sagradas conmemoraciones, inspiradas esencialmente en el relato evangélico; se identificarán con el augosto drama y se acercarán de corazón a sus santos personajes, porque el sentimiento de la piedad es una de las manifestaciones del amor. Atenderán con ello los vivarienses del pastoral consejo que el rector de esta diócesis, nuestro respetable amigo monseñor Argaya Goicoechea, dio a los presidentes de sus Cofradías en carta de signo paternal, refiriéndose a los desfiles de Semana Santa: “Las procesiones tendrán valor en cuento hagan vivir a los fieles los tremendos misterios de la Pasión del Señor”.
Pues bien; los actos

litúrgicos procesionales y las representaciones piadosas de la Semana Santa vivariense revisten tradicionalmente honda solemnidad religiosa y es fama que poseen tan grado de dignidad artística que son sobradamente susceptibles de hacer “vivir” los misterios de la Pasión a los fieles, y de que éstos los sientan verdaderamente y revivan en su ánimo atribulado, como quería el celoso Pastor mindoniense. No en vano han llegado a adquirir categoría de ejemplares entre los más destacados de la región gallega.
Y no es de hoy esta espiritual actitud de íntima rememoración de la Pasión de Cristo por el pueblo de Vivero; Recordemos, si no, la historia de sus ilustres y piadosas Cofradías, celosamente guardada en la erudita crónica local, que sitúa su origen en el siglo XIII, coincidente, sin duda, con el establecimiento en la ciudad de las comunidades religiosas de franciscanos y dominicos, y que fueron sucediéndose a lo largo de los siglos sin cejar en la guarda de la tradición pasionista. “Desde entonces –dice con verdad el historiador Donapétry– se celebran con extraordinaria solemnidad los cultos de la Semana Mayor en las iglesias parroquiales y conventuales de Vivero y por su esplendor llegaron a tener fama en toda Galicia”. Pecaríamos de injustos si no trajéramos aquí, en reverencial despliegue, los nombres de esas celosas o insignes comunidades piadosas: la veterana Orden Tercera Franciscana, y las más recientes pero no menos devotas del Santísimo Cristo de la Piedad, del Santísimo Rosario, del Prendimiento, de las Siete Palabras y de la Santa Cruz, alentada ésta última por la delicada sensibilidad religiosa de las damas vivarienses.


Así, tan paulatina como naturalmente, fue deserrollándose el proceso de identificación de las conmemoraciones de la Semana Santa con el piadoso protagonismo del pueblo. Así, el árbol de la tradición religiosa vivariense dio el fruto de la devoción popular, que sin duda ha de manifestarse tan recogida como fervorosa en estos sagrados días.


¿Y cómo podía ser de otros modo, sí las sucesivas generaciones de esta católica urbe tenían y siguen teniendo ante sí el recuerdo y el ejemplo de la Pasión de Jesús, perpetuado en un artístico y profuso conjunto inconográfico? Esculpido el grupo del Calvario en el interior de la Puerta de la Villa –testimonio de que tal vez en su época del siglo XII dieron comienzo las celebraciones de la Semana Santa en Vivero– y el grupo de la Piedad sobre la puerta de San Antonio, en la iglesia de Santa María del Campo. Y prodigadas en altares y retablos de las iglesias de la ciudad y de su entorno, y en el santuario de Nuestra Señora de la Misericordia, valiosas y evocadoras imágenes del Santo Cristo y de la Virgen Dolorosa. Puede decirse, por tanto, que todo, todo en Vivero efunde el recuerdo del Sublime Sacrificio y estimula a las almas a demorarse inmersas en su devota y penitencial conmemoración.
Ha llegado, pues, la Semana Santa, culminación del ciclo litúrgico del año. Va a vivir Viver

o –reparara en la significación pleonástica que asume aquí la expresión: vida espiritual nacida en un terreno originario de la vida–. va a vivir Vivero días aleccionadores nutridos de la savia de esa tradición secular a la que ha aludido, enraízada en el alma del pueblo que de seguro, como también he dicho, intervendrá de modo íntimo y unánimo en los desfiles procesionales por las calles de la ciudad convertidas en ríos de cristiano fervor y sumidas en expectante silencio.


Durante los días cruciales –nunca mejor designados– de la Semana Mayor, como en años anteriores, cobrarán animación y vida las imágenes y los artículos y evocadores pasos, en las formaciones y ceremonias pascuales organizadas por las Cofradías respectivas. Por el número y por la calidad de su rica imaginería Vivero convertirase en inmenso escenario de religiosa piedad y sereno recogimiento, en el que va manifestarse su acendrada espiritualidad ante los Misterios de la Pasión de Cristo. Escenas representadas por imágenes poseidas de vivaz realismo, pondrán ante los ojos del pueblo, en solemne rememoración, el augusto drama del Calvario.


Al emotivo prólogo de la procesión de la Cena,  el Jueves Santo, desarrolladaen hora crepuscular, simbólica del crepúsculo de la vida humana de Jesús, que en el paso destinado a representarla preside, en la mano la copa donde todos los discípulos posarán los labios, la mesa cubierta con mantel sobre el que destacan los panes redondos y el jarro de vino; a la escena ofrecida en ese paso, del que parecen salir las palabras del Maestro despidiéndose de sus discípulos: He deseado comer esta Pascua con vosotros, porque os digo que yo no comeré ninguna otras hasta que no se cumpla el Reino de Dios.


A tan fratenal escena, digo, altísimo ejemplo de la hermandad que hoy debiera reinar, y no reina, entre los hombres sucederá la inícua del Beso de Judas, representada en el paso exhibido en la procesión de El Prendimiento, que sale llegadas las sombras de la noche, propicias a escenificar las asochanzas de la traición. En aquella escultórica composición se representan las dos figuras de quiones habían de ser, por los siglos de las siglos símbolos respectivos del mal y del bien. Judas, el hombre de Carioth, poniendo en la mejilla de su Maestro el veneno de la más horrible de las traiciones, que es la traición venal, en un beso que había de producir una tremenda condena, mientras a sus ojos, fijos de horripilación por su propio acto, asoma irreprimible la perfidia de su conducta. Y Jesús, recibiendo con triste mansedumbre en su dulce rostro la mortal afrenta de aquel a quien, aun conociendo de antemano su traición, había recibido al llegar a su lado con las palabras, tan dolidas como fraternales:


–Amigo, ¿qué vienes a hacer? ¿Con un beso entregas al Hijo del Hombre?.


Esta aleve y repulsiva escena, sí que tiene, por desgracia, en nuestros días, tristes émulos de Iscariote, vendedor de lealtades.


Llenarán el Viernes Santo los actos y ceremonias evocadoras de las más punzantes episodios del drama de la Pasión. En ese día sentimientos de amor, dolor y piedad inundarán de emoción religiosa la ciudad y el ánimo de los vivarienses, ya sobrecogido al contemplar la escena del prendimiento en la noche del día anterior.


A primera hora de la mañana, en la anchurosa plaza Mayor iniciarase la representación del Encuentro de Jesús con su Madre en el aspérrimo y doloroso camino de la tortura, guiada por el fiel y apesarado Juan; camino dulcificado por la caritiva y piadosa acción de la Verónica y que terminará frente al ábside de la románica Santa María del Campo con la tercera caída, solemnemente glosada por el grave son de la campana meyor de la parroquia y la respuesta del campanario monjil de las concepcionistas. La emotiva representación hará que al contemplarla bata las alas el recuerdo de aquel tierno y desgarrador episodio del vía crucis, acaecido en el camino seguido por el trágico cortejo precedido del Centurión a caballo y seguido por Jesús y los dos ladrones, llevando sendas cruces a cuestas, en medio de legionarios armados, bajo el intenso sol de la primavera oriental y en día en que, por ser preparación de la última vigilia de las Pascua judía, las gentes exultaban de alegría y de vida. Durísimo contraste que ofrecía la fúnebre procesión y que sólo contribuían a mitigar el callado llanto de algunas mujeres que, recatadas con sus velos, seguían a Jesús en temeroso silencio; el caritativo rasgo de la Verónica la conmiseración de Simón de Cirene que, movido de asombro y lástima, tomó a cuestas la Cruz que abatía el cuerpo de Jesús obedeciendo buenamente la orden del exactor mortis, del verdugo Centurión de cabeza, y, en fin, el mismo acto de aflictiva y maternal ternura que la ceremonia del Encuentro de esta Semana Santa vivariense se propone reproducir.


A esta impresionante escenificación seguirá otra de no menor plasticidad y devocación, animada como la anterior por los articulados ademanes de los sagrados personajes: la del Descendimiento, o Desenclavo, evocadora de los momentos en que José de Arimatea y Nicodemus, los dos sanedristas que quisieron permanecer ajenos a la gran injusticia del criminal cese y demostrar su adhesión al Maestro, reclamaron a Pilato cuerpo de Jesús y encaminándose al Calvario le desclavaron de la Cruz y le depositaron sobre las rodillas de su Madre.
Celebrarase acto contínuo la procesión del Santo Entierro, centrada en la imagen yacente del pálido Ajusticiado, tendido sobre las piedras del monte Calvario y custodiado por cuatro ángeles portadores de los signos de la Pasión. Libro de la infamante corona y de las espinas que habían herido su piel, desenredados los ensangrentados cabellos y cerrados los ojos por las amorosas y delicadas manos de las Tres Marías, la faz de Jesús se ofrece en este impresionante paso con su antigua dulzura de rasgos. Al contemplarlo, la imaginación del espectador evocará el momento en que, conducido el Cuerpo del Señor por los mismos José de Arimatea y Nicodemus, envuelto en cándida sábana, es depositado en la oscura gruta sepulcral, que inútilmente cierran con pesada piedra. Y en el corazón del contemplador resonarán los acentos de la mística queja de Fray Luis:


¡Y dexas, Pastor santo,
ty grey en este valle hondo, escuro,
con soledad y llanto,
y tú rompiendo el puro
aire, te vas al inmortal seguro!

Consumada la ausencia humana de Jesús, ejercerá seguidamente el piadoso protagonismo procesional la imagen de su Divina Madre, en llanto y desolación. En el desfile de la Pasión se nos ofrecerá en el hermoso y emotivo grupo escultórico de La Piedad, en el que la Virgen, la cabeza inclinada y el gesto adolorido, sostiene en su regazo el cuerpo exámine de su Hijo. Y en la procesión de La Soledad, apellidada con la dulce eufonía del idioma gallego “dos Caladiños”, volverá a ofrécernos presa de infinita aflicción, con el corazón enlutado como la noche por la que discurre y herido por los puñales del dolor y de la angustiosa soledad, sentimientos que el pueblo expectante comprende y con los que se identifica en lo profundo de su espíritu según la poética interpretación del escritor vivariense Enrique Chao Espina:

Rasga la noche un suspiro
y hay parpadeos de llama
en las lágrimas del cirio y en el llorar de las almas
que se asoman a los ojos
al besar de las pisadas…


Mas los días de turbación y duelo de esta Santa Semana tocarán a su fin, sustituidos por la consumación de la ansiada esperanza, por el gozoso desenlace de la Resurrección y de la Aparición de Jesús, solemnemente conmemoradas en la procesión que el domingo de Pascua se celebrará en ese huerto del espíritu cristiano que es el atrio de la parroquia de Santa María del Campo. Entonces, en renovación de la elocuencia y grandiosidad de ambos Misterios, vendrán a la memoria dos portentosos cuadros: Aquel en que María Magdalena y María de Betania y Juana de Cusa y Salomé, atónitas al ver vacío el sepulcro de Jesús, reciben del joven vestido de blanco, la portensosa nueva:

–No os asustéis.
El que buscáis no está aquí: ha resucitado.
Y aquel otro cuadro en que los Apóstoles, dudosos aún de la Resurrección pese al testimonio de Cleofás y su compañero de haber reconocido al Señor en la casa de Emmaús, reciben en Jerusalén, con estupor, mientras cenaban, la visita de Jesús, que les dice:
–¿Por qué os turbáis?
¿Por qué alientan duda vuestros corazones? Mirad mis manos y mis piés; yo soy, yo; tocadme y ved porque un espíritu no tiene carne y huesos como veis que los tengo yo.
Si. Aquellos actos eucarísticos harán lucir so

bre Vivero el Sol de la Resurrección, que romperá las tinieblas de luto y de dolor por el Supremo Sacrificio. Vivero recobrará su genuina alegría; volverá a sonreir en la bahía, en el dorado arenal, en el pintoresco paisaje de su entorno. Quiera Dios que con esa misma alegría pueda también celebrar lo más pronto posible la humana resurrección de nuestra amada Galicia a al vida de un porvenir económico y social propio, digno y floreciente.


Pero ¿a qué seguir, si estoy seguro de que cuantos me escucháis habéis asistido a todas esas sagradas celebraciones y las habéis vivido fervorosamente? Como lo estoy de que, buscando el fruto sobrenatural de los seis trascendentales días que se avecinan, recogeréis vuestro espíritu en la oración al visitar los templos, ávidos de la paz hoy tan cara a los hombres, tan necesaria a la sociedad convulsionada enque nos ha tocado vivir.


El supremo sacrificio, los cruentes dolores del Mártir del Gólgota, son a la vez lección profunda que enseña al hombre el camino de la fraternidad abnegada, la heróica generosidad y el amor al prójimo, y garantía segura de vida y esperanza, que nos permite elevarnos desde la conciencia de nuestra humana insignificancia de criaturas vivientes a ras de tierra, a la deseada altura de una existencia sempiterna. Nadie como Rosalía, la voz poética más alta de Galicia, cantó esta esperanza de vida ultraterrona mitigadora de la consideración de nuestra finita pequeñez humana y que para ella surge de la contemplación de los sufrimientos de Jesús:

Si medito en tu eterna grandeza,
buen Dios a quien nunca veo,
y levanto, asombrada, los ojos
hacia el alto firmamento
que llenaste de mundos y mundos…,
toda conturbada pienso
que soy menos que un átomo leve
perdido en el Universo:
nada, en fin…, y que al cabo en la nada
han de perderse mis restos.

Más si, cuando el dolor y la duda
me atormentan, corro al templo
y a los pies de la Cruz un refugio
busco, ansiosa, implorando remedio,
de Jesús el cruento martirio
tanto conmueve mi pecho,
y adivino tan dulces promesas
en sus dolores acerbos,
que cual niño que reposa
en el regazo materno,
después de llorar, tranquila
tras la expiación espero
que allá donde Dios habita
he de proseguir viviendo.

Que la luz de esa esperanza abrigada por la cantora del Sar al pie de la imagen de Jesús crucificado, ilumine, caros vivarienses, vuestros espíritus en estos señalados días de tristes recordaciones.

Finaliza aquí la misión de este modesto pregonero, que a la mística columnata de estos días de recogimiento y de celestiales promesas ha querido dejar ceñida la humilde hiedra de estas evocaciones y sugerencias cristianas. Y quiero ahora invitar a quienes le honran escuchándole y a cuantos oigan la llamada de lo sobrenatural y escuchen la voz que a lo largo de viente siglos clama desde el Calvario, a que se entreguen rendidamente a las sagradas conmemoraciones de la Pasión y Muerte de Cristo, pensando que, como con ruda pero expresiva metáfora ha dicho un escritor cristiano, “cada vez que uno de nosotros no responde a su grito, da un nuevo golpe en los clavos que le sujetaron a la indestructible Cruz”.

 

 

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