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--- Semana Santa Viveiro ---

Semana Santa Viveiro

Publicado 08/10/11

Especial San Francisco de Asís (V).Regla de San Francisco (del año 1223)

Capítulo I - ¡En el nombre del Señor! Comienza la vida de los Hermanos Menores: La regla y vida de los Hermanos Menores es ésta, a saber, guardar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, sin propio y en castidad. El hermano Francisco promete obediencia y reverencia al señor Papa Honorio y a sus sucesores canónicamente elegidos y a la Iglesia Romana. Y los otros hermanos estén obligados a obedecer al hermano Francisco y a sus sucesores.

Capítulo II - De aquellos que quieren tomar esta vida, y cómo deben ser recibidos. Si algunos quisieran tomar esta vida y vinieran a nuestros hermanos, envíenlos a sus ministros provinciales, a los cuales solamente y no a otros se conceda la licencia de recibir hermanos. Y los ministros examínenlos diligentemente de la fe católica y de los sacramentos de la Iglesia. Y si creen todo esto y quieren confesarlo fielmente y guardarlo firmemente hasta el fin, y no tienen mujer o, si la tienen, también la mujer ha entrado ya en un monasterio o, emitido ya por ella el voto de continencia, les ha dado licencia con la autorización del obispo diocesano, y siendo de una tal edad la mujer, que de ella no pueda originarse sospecha, díganles la palabra del santo Evangelio (cf. Mt 19,21, y paralelos), que vayan y vendan todas sus cosas y se apliquen con empeño a distribuirlas a los pobres. Si esto no pudieran hacerlo, les basta la buena voluntad. Y guárdense los hermanos y sus ministros de preocuparse de sus cosas temporales, para que libremente hagan de sus cosas lo que el Señor les inspire. Con todo, si buscan consejo, que los ministros puedan enviarlos a algunas personas temerosas de Dios, con cuyo consejo sus bienes se distribuyan a los pobres. Después concédanles las ropas del tiempo de probación, a saber, dos túnicas sin capilla, y cordón y paños menores y caparón hasta el cordón, a no ser que a los mismos ministros alguna vez les parezca otra cosa según Dios. Y finalizado el año de la probación, sean recibidos a la obediencia, prometiendo guardar siempre esta vida y Regla. Y de ningún modo les será lícito salir de esta religión, conforme al mandato del señor Papa, porque, según el santo Evangelio, nadie que pone la mano al arado y mira atrás, es apto para el reino de Dios (Lc 9,62). Y los que ya prometieron obediencia, tengan una túnica con capilla, y otra sin capilla los que quieran tenerla. Y quienes se ven obligados por la necesidad, puedan llevar calzado. Y todos los hermanos vístanse de ropas viles, y puedan reforzarlas de sayal y otros retazos con la bendición de Dios. A los cuales amonesto y exhorto que no desprecien ni juzguen a los hombres que ven vestidos de telas suaves y de colores, usar manjares y bebidas delicadas, sino más bien que cada uno se juzgue y desprecie a sí mismo.

Capítulo III - Del oficio divino y del ayuno, y cómo los hermanos deben ir por el mundo. Los clérigos recen el oficio divino según la ordenación de la santa Iglesia Romana, excepto el salterio, por lo que podrán tener breviarios. Y los laicos digan veinticuatro Padrenuestros por maitines; por laudes, cinco; por prima, tercia, sexta y nona, por cada una de estas horas, siete; por vísperas, doce; por completas, siete; y oren por los difuntos. Y ayunen desde la fiesta de Todos los Santos hasta la Natividad del Señor. Mas la santa cuaresma que comienza en la Epifanía y dura cuarenta días continuos, la cual consagró el Señor con su santo ayuno, los que voluntariamente la ayunan, benditos sean del Señor, y los que no quieren, no estén obligados. Pero ayunen la otra, hasta la Resurrección del Señor. Y en los otros tiempos no estén obligados a ayunar, sino el viernes. Pero en tiempo de manifiesta necesidad no estén obligados los hermanos al ayuno corporal. Aconsejo de veras, amonesto y exhorto a mis hermanos en el Señor Jesucristo que, cuando van por el mundo, no litiguen ni contiendan con palabras, ni juzguen a los otros; sino sean apacibles, pacíficos y moderados, mansos y humildes, hablando a todos honestamente, como conviene. Y no deben cabalgar, a no ser que se vean obligados por una manifiesta necesidad o enfermedad. En cualquier casa en que entren, primero digan: Paz a esta casa (cf. Lc 10,5). Y, según el santo Evangelio, séales lícito comer de todos los manjares que les ofrezcan (cf. Lc 10,8).

Capítulo IV - Que los hermanos no reciban dinero. Mando firmemente a todos los hermanos que de ningún modo reciban dinero o pecunia por sí o por interpuesta persona. Sin embargo, para las necesidades de los enfermos y para vestir a los otros hermanos, los ministros solamente y los custodios, por medio de amigos espirituales, tengan solícito cuidado, según los lugares y tiempos y frías regiones, como vean que conviene a la necesidad; esto siempre salvo que, como se ha dicho, no reciban dinero o pecunia.

Capítulo V - Del modo de trabajar. Los hermanos a quienes el Señor ha dado la gracia de trabajar, trabajen fiel y devotamente, de tal suerte que, desechando la ociosidad, enemiga del alma, no apaguen el espíritu de la santa oración y devoción, al cual las demás cosas temporales deben servir. Y como pago del trabajo, reciban para sí y sus hermanos las cosas necesarias al cuerpo, excepto dinero o pecunia, y esto humildemente, como conviene a siervos de Dios y seguidores de la santísima pobreza.

Capítulo VI - Que nada se apropien los hermanos, y del pedir limosna y de los hermanos enfermos. Los hermanos nada se apropien, ni casa, ni lugar, ni cosa alguna. Y como peregrinos y forasteros en este siglo, sirviendo al Señor en pobreza y humildad, vayan por limosna confiadamente, y no deben avergonzarse, porque el Señor se hizo pobre por nosotros en este mundo. Esta es aquella eminencia de la altísima pobreza, que a vosotros, carísimos hermanos míos, os ha constituido herederos y reyes del reino de los cielos, os ha hecho pobres de cosas, os ha sublimado en virtudes. Esta sea vuestra porción, que conduce a la tierra de los vivientes. Adhiriéndoos totalmente a ella, amadísimos hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, ninguna otra cosa jamás queráis tener debajo del cielo. Y, dondequiera que estén y se encuentren los hermanos, muéstrense familiares mutuamente entre sí. Y confiadamente manifieste el uno al otro su necesidad, porque, si la madre cuida y ama a su hijo carnal, ¿cuánto más amorosamente debe cada uno amar y cuidar a su hermano espiritual? Y, si alguno de ellos cayera en enfermedad, los otros hermanos le deben servir, como querrían ellos ser servidos.

Capítulo VII - De la penitencia que se ha de imponer a los hermanos que pecan. Si algunos de los hermanos, por instigación del enemigo, pecaran mortalmente, para aquellos pecados acerca de los cuales estuviera ordenado entre los hermanos que se recurra a solos los ministros provinciales, estén obligados dichos hermanos a recurrir a ellos cuanto antes puedan, sin tardanza. Y los ministros mismos, si son presbíteros, con misericordia impónganles penitencia; y si no son presbíteros, hagan que se les imponga por otros sacerdotes de la orden, como mejor les parezca que conviene según Dios. Y deben guardarse de airarse y conturbarse por el pecado de alguno, porque la ira y la conturbación impiden en sí mismos y en los otros la caridad.

Capítulo VIII - De la elección del ministro general de esta fraternidad y del capítulo de Pentecostés. Todos los hermanos estén obligados a tener siempre por ministro general y siervo de toda la fraternidad a uno de los hermanos de esta religión, y estén firmemente obligados a obedecerle. En falleciendo el cual, hágase la elección del sucesor por los ministros provinciales y custodios en el capítulo de Pentecostés, al que los ministros provinciales estén siempre obligados a concurrir juntamente, dondequiera que fuese establecido por el ministro general; y esto una vez cada tres años o en otro plazo mayor o menor, según fuere ordenado por dicho ministro. Y si en algún tiempo apareciera a la generalidad de los ministros provinciales y custodios que el dicho ministro no es suficiente para el servicio y utilidad común de los hermanos, estén obligados los dichos hermanos, a quienes está confiada la elección, a elegirse en el nombre del Señor otro para custodio. Y después del capítulo de Pentecostés, que los ministros y custodios puedan, cada uno, si quisieran y les pareciera que conviene, convocar a sus hermanos a capítulo una vez ese mismo año en sus custodias.

Capítulo IX - De los predicadores. Los hermanos no prediquen en la diócesis de un obispo, cuando éste se lo haya denegado. Y ninguno de los hermanos se atreva en absoluto a predicar al pueblo, a no ser que haya sido examinado y aprobado por el ministro general de esta fraternidad, y por él le haya sido concedido el oficio de la predicación. Amonesto también y exhorto a los mismos hermanos a que, en la predicación que hacen, su lenguaje sea ponderado y sincero, para provecho y edificación del pueblo, anunciándoles los vicios y las virtudes, la pena y la gloria con brevedad de sermón; porque palabra abreviada hizo el Señor sobre la tierra.

Capítulo X - De la amonestación y corrección de los hermanos. Los hermanos que son ministros y siervos de los otros hermanos, visiten y amonesten a sus hermanos, y corríjanlos humilde y caritativamente, no mandándoles nada que sea contrario a su alma y a nuestra Regla. Mas los hermanos que son súbditos recuerden que, por Dios, negaron sus propias voluntades. Por lo que firmemente les mando que obedezcan a sus ministros en todo lo que al Señor prometieron guardar y no es contrario al alma y a nuestra Regla. Y dondequiera haya hermanos que sepan y conozcan que no pueden guardar espiritualmente la Regla, a sus ministros puedan y deban recurrir. Y los ministros recíbanlos caritativa y benignamente, y tengan tanta familiaridad para con ellos, que los hermanos puedan hablar y obrar con ellos como los señores con sus siervos; pues así debe ser, que los ministros sean siervos de todos los hermanos. Amonesto de veras y exhorto en el Señor Jesucristo que se guarden los hermanos de toda soberbia, vanagloria, envidia, avaricia, cuidado y solicitud de este siglo, detracción y murmuración, y los que no saben letras, no se cuiden de aprenderlas; sino que atiendan a que sobre todas las cosas deben desear tener el Espíritu del Señor y su santa operación, orar siempre a él con puro corazón y tener humildad, paciencia en la persecución y en la enfermedad, y amar a esos que nos persiguen, nos reprenden y nos acusan, porque dice el Señor: Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen y os calumnian (cf. Mt 5,44). Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos (Mt 5,10). Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo (Mt 10,22).

Capítulo XI - Que los hermanos no entren en los monasterios de monjas. Mando firmemente a todos los hermanos que no tengan sospechosas relaciones o consejos con mujeres, y que no entren en los monasterios de monjas, fuera de aquellos a quienes les ha sido concedida una licencia especial por la Sede Apostólica; y no se hagan padrinos de hombres o mujeres, para que, con esta ocasión, no se origine escándalo entre los hermanos o respecto a los hermanos.

Capítulo XII - De los que van entre los sarracenos y otros infieles. Cualesquiera hermanos que, por divina inspiración, quieran ir entre los sarracenos y otros infieles, pidan la correspondiente licencia de sus ministros provinciales. Pero los ministros a ninguno le concedan la licencia de ir, sino a aquellos que vean que son idóneos para enviar.

Con miras a todo lo dicho, impongo por obediencia a los ministros que pidan del señor Papa uno de los cardenales de la santa Iglesia Romana, que sea gobernador, protector y corrector de esta fraternidad, para que, siempre súbditos y sujetos a los pies de la misma santa Iglesia, estables en la fe católica, guardemos la pobreza y humildad y el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, que firmemente hemos prometido.


 

 

Publicado 07/10/10

Especial San Francisco de Asís (IV) . Ordenes Franciscanas


Término comúnmente utilizado para referirse a miembros de los distintos grupos religiosos, sean hombres o mujeres, que profesan seguir la regla de San Francisco de Asís en alguna de sus diversas formas. El propósito del siguiente artículo es el de indicar brevemente el origen y relación entre sí de estos distintos grupos religiosos. Se acostumbra decir que San Francisco fundó tres ordenes, como leemos en el oficio del 4 de octubre:

Tres ordenes hic ordinat: primumque Fratrum nominat Minorum: pauperumque fit Dominarum medius: sed Poenitentium tertius sexum capit utrumque. (Brev. Rom. Serap., in Solem. S.P. Fran., ant. 3, ad Laudes)

Estas tres ramas – Hermanos Menores, las Clarisas Pobres y los Hermanos y Hermanas de Penitencia --- generalmente conocidas como la Primera, Segunda y Tercera Orden de San Francisco.

El origen o fundación de los Hermanos Menores o la Primera Orden Franciscana data del año 1209, año en que San Francisco obtuvo verbalmente la aprobación de la regla por Inocencio III, regla que compuso como guía para sus primeros seguidores. La regla original redactada luego en manuscrito por el santo fue confirmada solemnemente por Honorio III, en 29 de noviembre de 1223 (Litt. "Solet Annuere"). La regla escrita, se le conoce comúnmente como la segunda regla, de los Hermanos Menores es la que hoy día se profesa en toda la Primera Orden de San Francisco.

El origen y fundación de la Segunda Orden Franciscana, Las Clarisas Pobres o Damas Pobres, data del año 1212. Santa Clara llevaba tiempo pidiéndole a San Francisco le autorizara a acoger la forma de vida que él había instituido. San Francisco consintió y Santa Clara la establece en San Damián cerca de Asís, junto a otras servidoras piadosas que la seguían. Es erróneo alegar que San Francisco escribió una regla formal para Las Clarisas Pobres y jamás se ha encontrado documento alguno que lo compruebe. La regla adoptada por las Clarisas Pobres en San Damián data es del año 1219; la misma fue aprobada por el Cardenal Ugolino, y luego confirmada por Gregory IX. La misma fue enmendada por Santa Clara en sus últimos días, con la ayuda del Cardenal Rinaldo, Alejandro IV hace unas revisiones y esta última versión es aprobada finalmente confirmada por Inocente IV, el 9 de Agosto de 1253 (Litt. "Solet Annuere")

La tradición establece el año 1221 como el de la fundación de los Hermanos y Hermanas de la Penitencia, la Tercera Orden, también llamados Terciarios. Esta fue concebida por San Francisco como un tipo de punto medio entre el claustro y el mundo, para aquellos que deseaban seguir los pasos del fundador pero su estado, ya sea matrimonial o de otra naturaleza impedían la entrada de los mismos a la Primera o Segunda Orden. Han existido opiniones divergentes en cuanto a las reglas que gobiernan a los Terciarios, pero en términos generales se entiende que la regla aprobada por Nicolás IV, el 18 de Agosto de 1289 (Litt. "Supra Montem") no es la regla original de la Tercera orden.

Recientemente, algunos autores, han adelantado la tesis de que la Tercera Orden, (como se les conoce hoy en día) fue la base originaria o punto de comienzo de la orden Franciscana. Ellos afirman que la Segunda y Tercera orden de San Francisco no fueron desarrollos posteriores, sino que las tres ramas, los Hermanos Menores, las Clarisas Pobres y los Hermanos y Hermanas de la Penitencia, surgieron de la confraternidad laica de la Penitencia, y que ésa fue la intención original de San Francisco. Arguyen que las mismas fueron separadas o divididas posteriormente en tres ramas por el Cardenal Ugolino, el protector de la orden, durante la ausencia de San Francisco en el año 1219-21. La teoría no ha sido probada satisfactoriamente.

Hoy día, los Hermanos Menores o la Primera Orden esta comprendida de tres entidades, que aunque franciscanas son independientes:

Los Hermanos Menores, propiamente dicho, o la rama original, fundada como se dijo anteriormente en el 1209. Los Hermanos Menores Conventuales y Los Hermanos Menores Capuchinos, provienen de la primera rama pero recibieron sus propias constituciones independientes en 1517 y 1619 respectivamente.

Estas tres ordenes profesan la regla de los Hermanos Menores, aprobada por Honorio III en 1223, pero cada una tiene sus constituciones particulares y su propio ministro general. Todas las demás fundaciones pequeñas que en su momento se desarrollaron y existieron de forma independiente como frailes Franciscanos se han extinguido. Ellas fueron los Clareni, los Coletani y los Celestinos. Otras se incorporaron a los Hermanos Menores como fué el caso de los Observadores, Reformadores, Alcantarines, etc. (Todas estas pequeñas fundaciones como entes independientes se han extinguido).

Respecto a las Clarisas Pobres, la orden comprende todos los monasterios de monjas en claustro que siguen la regla de Santa Clara aprobada por Inocente IV en 1253, así observen la misma en toda su rigidez o con las dispensas admitidas por Urbano IV el 18 de Octubre de 1263 (Litt. "Beata Clara") o las constituciones desarrolladas por Santa Colette (1447) y aprobadas por Pío II el 18 de Marzo de 1458 (Litt. "Etsi"). Las hermanas de la Anunciación y las Concepcionistas estan relacionadas y se derivan de cierto modo de la Segunda Orden, pero ahora siguen diferentes reglas a las de las Clarisas Pobres.

En cuanto a los Hermanos y Hermanas de la Penitencia o Tercera Orden de San Francisco, es necesario diferenciar entre la Tercera Orden secular y la Tercera Orden regular. La Tercera Orden Secular fue fundada por San Francisco alrededor del año 1221 y abarca a personas devotas de ambos sexos que viven en el mundo siguiendo la regla de vida aprobada por Nicolás IV en 1289 y modificada por León XIII el 30 de Mayo de 1883 ("Constit. Misericors"). Incluye no sólo aquellos que pertenecen a fraternidades sino también a aquellos terceros aislados, ermitas, peregrinos, etc. La historia antigua de la Tercera Orden Regular es un tanto incierta y controversial. Algunos atribuyen su fundación a Santa Isabel de Hungría (q.v.) en 1228, otros a la Beata Angelina Marsciano en 1395. Se dice que Angelina estableció en Foligno el primer monasterio Franciscano de monjas enclaustradas terciarias en Italia. A principios del siglo XV existían ya comunidades terciarias de hombres y mujeres en diferentes partes de Europa. Pero también es cierto que los frailes italianos de la Tercera Orden Regular eran conocidos como ordenes en proceso de reforma por La Santa Sede. Desde el año 1458 este grupo ha sido gobernado por su propio ministro general y sus miembros toman votos solemnes.

Además de la Tercera Orden Regular se han organizado de forma independiente un gran número de congregaciones Franciscanas Terciarias - tanto de hombres como de mujeres. Estas datan principalmente de principios del siglo 19 y en su mayoría utilizan de base para sus instituciones una regla especial aprobada por León X, el 20 de enero de 1521 (Bull "Inter"), para miembros de la Tercera Orden que viven en comunidad. Dicha regla se ha modificado en varias ocasiones y según la congregación. Las Congregaciones de Terciarios Regulares pueden ser autónomas o pueden estar sujetas a jurisdicción episcopal. la mayoría son Franciscanas sólo en nombre, algunos han dejado el hábito y su unión con la orden.

Pachal Robinson
Enciclopedia Católica

 

Publicado 06/10/11

Especial San Francisco de Asís (III).Su Vida 


Dicen que a San Francisco lo declaró santo el pueblo, antes de que el Sumo Pontífice le concediera ese honor, y que si se hace una votación entre los cristianos (aún entre los protestantes) todos están de acuerdo en declarar que es un verdadero santo. Todos, aun los no católicos, lo quieren y lo estiman.

Nació en Asís (Italia) en 1182. Su madre se llamaba Pica y fue sumamente estimada por él durante toda su vida. Su padre era Pedro Bernardone, un hombre muy admirador y amigo de Francia, por la cual le puso el nombre de Francisco, que significa: "el pequeño francesito". Cuando joven a Francisco lo que le agradaba era asistir a fiestas, paseos y reuniones con mucha música. Su padre tenía uno de los mejores almacenes de ropa en la ciudad, y al muchacho le sobraba el dinero. Los negocios y el estudio no le llamaban la atención. Pero tenía la cualidad de no negar un favor o una ayuda a un pobre siempre que pudiera hacerlo. Tenía veinte años cuando hubo una guerra entre Asís y la ciudad de Perugia. Francisco salió a combatir por su ciudad, y cayó prisionero de los enemigos. La prisión duró un año, tiempo que él aprovechó para meditar y pensar seriamente en la vida. Al salir de la prisión se incorporó otra vez en el ejército de su ciudad, y se fue a combatir a los enemigos. Se compró una armadura sumamente elegante y el mejor caballo que encontró. Pero por el camino se le presentó un pobre militar que no tenía con qué comprar armadura ni caballería, y Francisco, conmovido, le regaló todo su lujoso equipo militar. Esa noche en sueños sintió que le presentaban en cambio de lo que él había obsequiado, unas armaduras mejores para enfrentarse a los enemigos del espíritu.

Francisco no llegó al campo de batalla porque se enfermó y en plena enfermedad oyó que una voz del cielo le decía: "¿Por qué dedicarse a servir a los jornaleros, en vez de consagrarse a servir al Jefe Supremo de todos?". Entonces se volvió a su ciudad, pero ya no a divertirse y parrandear sino a meditar en serio acerca de su futuro. La gente al verlo tan silencioso y meditabundo comentaba que Francisco probablemente estaba enamorado. Él comentaba: "Sí, estoy enamorado y es de la novia más fiel y más pura y santificadora que existe". Los demás no sabían de quién se trataba, pero él sí sabía muy bien que se estaba enamorando de la pobreza, o sea de una manera de vivir que fuera lo más parecida posible al modo totalmente pobre como vivió Jesús. Y se fue convenciendo de que debía vender todos sus bienes y darlos a los pobres. Paseando un día por el campo encontró a un leproso lleno de llagas y sintió un gran asco hacia él. Pero sintió también una inspiración divina que le decía que si no obramos contra nuestros instintos nunca seremos santos. Entonces se acercó al leproso, y venciendo la espantosa repugnancia que sentía, le besó las llagas. Desde que hizo ese acto heroico logró conseguir de Dios una gran fuerza para dominar sus instintos y poder sacrificarse siempre a favor de los demás. Desde aquel día empezó a visitar a los enfermos en los hospitales y a los pobres. Y les regalaba cuanto llevaba consigo.

Un día, rezando ante un crucifijo en la iglesia de San Damián, le pareció oír que Cristo le decía tres veces: "Francisco, tienes que reparar mi casa, porque está en ruinas". Él creyó que Jesús le mandaba arreglar las paredes de la iglesia de San Damián, que estaban muy deterioradas, y se fue a su casa y vendió su caballo y una buena cantidad de telas del almacén de su padre y le trajo dinero al Padre Capellán de San Damián, pidiéndole que lo dejara quedarse allí ayudándole a reparar esa construcción que estaba en ruinas. El sacerdote le dijo que le aceptaba el quedarse allí, pero que el dinero no se lo aceptaba (le tenía temor a la dura reacción que iba a tener su padre, Pedro Bernardone) Francisco dejó el dinero en una ventana, y al saber que su padre enfurecido venía a castigarlo, se escondió prudentemente. Pedro Bernardone demandó a su hijo Francisco ante el obispo declarando que lo desheredaba y que tenía que devolverle el dinero conseguido con las telas que había vendido. El prelado devolvió el dinero al airado papá, y Francisco, despojándose de su camisa, de su saco y de su manto, los entregó a su padre diciéndole: "Hasta ahora he sido el hijo de Pedro Bernardone. De hoy en adelante podré decir: Padrenuestro que estás en los cielos". El Sr. Obispo le regaló el vestido de uno de sus trabajadores del campo: una sencilla túnica, de tela ordinaria, amarrada en la cintura con un cordón. Francisco trazó una cruz con tiza, sobre su nueva túnica, y con ésta vestirá y pasará el resto de su vida. Ese será el hábito de sus religiosos después: el vestido de un campesino pobre, de un sencillo obrero.

Se fué por los campos orando y cantando. Unos guerrilleros lo encontraron y le dijeron: "¿Usted quién es? – Él respondió: - Yo soy el heraldo o mensajero del gran Rey". Los otros no entendieron qué les quería decir con esto y en cambio de su respuesta le dieron una paliza. Él siguió lo mismo de contento, cantando y rezando a Dios. Después volvió a Asís a dedicarse a levantar y reconstruir la iglesita de San Damián. Y para ello empezó a recorrer las calles pidiendo limosna. La gente que antes lo había visto rico y elegante y ahora lo encontraba pidiendo limosna y vestido tan pobremente, se burlaba de él. Pero consiguió con qué reconstruir el pequeño templo. La Porciúncula. Este nombre es queridísimo para los franciscanos de todo el mundo, porque en la capilla llamada así fue donde Fracisco empezó su comunidad. Porciúncula significa "pequeño terreno". Era una finquita chiquita con una capillita en ruinas. Estaba a 4 kilómetros de Asís. Los padres Benedictinos le dieron permiso de irse a vivir allá, y a nuestro santo le agradaba el sitio por lo pacífico y solitario y porque la capilla estaba dedicada a la Sma. Virgen

En la misa de la fiesta del apóstol San Matías, el cielo le mostró lo que esperaba de él. Y fue por medio del evangelio de ese día, que es el programa que Cristo dio a sus apóstoles cuando los envió a predicar. Dice así: "Vayan a proclamar que el Reino de los cielos está cerca. No lleven dinero ni sandalias, ni doble vestido para cambiarse. Gratis han recibido, den también gratuitamente". Francisco tomó esto a la letra y se propuso dedicarse al apostolado, pero en medio de la pobreza más estricta. Cuenta San Buenaventura que se encontró con el santo un hombre a quien un cáncer le había desfigurado horriblemente la cara. El otro intentó arrodillarse a sus pies, pero Francisco se lo impidió y le dio un beso en la cara, y el enfermo quedó instantáneamente curado. Y la gente decía: "No se sabe qué admirar más, si el beso o el milagro".

El primero que se le unió en su vida de apostolado fue Bernardo de Quintavalle, un rico comerciante de Asís, el cual invitaba con frecuencia a Francisco a su casa y por la noche se hacía el dormido y veía que el santo se levantaba y empleaba muchas horas dedicado a la oración repitiendo: "mi Dios y mi todo". Le pidió que lo admitiera como su discípulo, vendió todos sus bienes y los dio a los pobres y se fue a acompañarlo a la Porciúncula. El segundo compañero fue Pedro de Cattaneo, canónigo de la catedral de Asís. El tercero, fue Fray Gil, célebre por su sencillez. Cuando ya Francisco tenía 12 compañeros se fueron a Roma a pedirle al Papa que aprobara su comunidad. Viajaron a pie, cantando y rezando, llenos de felicidad, y viviendo de las limosnas que la gente les daba. En Roma no querían aprobar esta comunidad porque les parecía demasiado rígida en cuanto a pobreza, pero al fin un cardenal dijo: "No les podemos prohibir que vivan como lo mandó Cristo en el evangelio". Recibieron la aprobación, y se volvieron a Asís a vivir en pobreza, en oración, en santa alegría y gran fraternidad, junto a la iglesia de la Porciúncula. Dicen que Inocencio III vio en sueños que la Iglesia de Roma estaba a punto de derrumbarse y que aparecían dos hombres a ponerle el hombro e impedir que se derrumbara. El uno era San Francisco, fundador de los franciscanos, y el otro, Santo Domingo, fundador de los dominicos. Desde entonces el Papa se propuso aprobar estas comunidades.

A Francisco lo atacaban a veces terribles tentaciones impuras. Para vencer las pasiones de su cuerpo, tuvo alguna vez que revolcarse entre espinas. Él podía repetir lo del santo antiguo: "trato duramente a mi cuerpo, porque él trata muy duramente a mi alma".

Clara, una joven muy santa de Asís, se entusiasmó por esa vida de pobreza, oración y santa alegría que llevaban los seguidores de Francisco, y abandonando su familia huyó a hacerse moja según su sabia dirección. Con santa Clara fundó él las Damas Pobres o Clarisas, que tienen hoy conventos en todo el mundo.

Francisco tenía la rara cualidad de hacerse querer de los animales. Las golondrinas le seguían en bandadas y formaban una cruz, por encima de donde él predicaba. Cuando estaba solo en el monte una mirla venía a despertarlo con su canto cuando era la hora de la oración de la medianoche. Pero si el santo estaba enfermo, el animalillo no lo despertaba. Un conejito lo siguió por algún tiempo, con gran cariño. Dicen que un lobo feroz le obedeció cuando el santo le pidió que dejara de atacar a la gente.

Francisco se retiró por 40 días al Monte Alvernia a meditar, y tanto pensó en las heridas de Cristo, que a él también se le formaron las mismas heridas en las manos, en los pies y en el costado. Los seguidores de San Francisco llegaron a ser tan numerosos, que en el año 1219, en una reunión general llamado "El Capítulo de las esteras", se reunieron en Asís más de cinco mil franciscanos. Al santo le emocionaba mucho ver que en todas partes aparecían vocaciones y que de las más diversas regiones le pedían que les enviara sus discípulos tan fervorosos a que predicaran. Él les insistía en que amaran muchísimo a Jesucristo y a la Santa Iglesia Católica, y que vivieran con el mayor desprendimiento posible hacia los bienes materiales, y no se cansaba de recomendarles que cumplieran lo más exactamente posible todo lo que manda el santo evangelio.

Francisco recorría campos y pueblos invitando a la gente a amar más a Jesucristo, y repetía siempre: "El Amor no es amado". Las gentes le escuchaban con especial cariño y se admiraban de lo mucho que sus palabras influían en los corazones para entusiasmarlos por Cristo y su religión.

Dispuso ir a Egipto a evangelizar al sultán y a los mahometanos. Pero ni el jefe musulmán ni sus fanáticos seguidores quisieron aceptar sus mensajes. Entonces se fue a Tierra Santa a visitar en devota peregrinación los Santos Lugares donde Jesús nació, vivió y murió: Belén, Nazaret, Jerusalén, etc. En recuerdo de esta piadosa visita suya los franciscanos están encargados desde hace siglos de custodiar los Santos Lugares de Tierra Santa. Por no cuidarse bien de las clientísimas arenas del desierto de Egipto se enfermó de los ojos y cuando murió estaba casi completamente ciego. Un sufrimiento más que el Señor le permitía para que ganara más premios para el cielo.

San Francisco, que era un verdadero poeta y le encantaba recorrer los campos cantando bellas canciones, compuso un himno a las criaturas, en el cual alaba a Dios por el sol, y la luna, la tierra y las estrellas, el fuego y el viento, el agua y la vegetación. "Alabado sea mi Señor por el hermano sol y la madre tierra, y por los que saben perdonar", etc. Le agradaba mucho cantarlo y hacerlo aprender a los demás y poco antes de morir hizo que sus amigos lo cantaran en su presencia. Su saludo era "Paz y bien".

Cuando sólo tenía 44 años sintió que le llegaba la hora de partir a la eternidad. Dejaba fundada la comunidad de Franciscanos, y la de hermanas Clarisas. Con esto contribuyó enormemente a enfervorizar la Iglesia Católica y a extender la religión de Cristo por todos los países del mundo. Los seguidores de San Francisco (Franciscanos, Capuchinos, Clarisas, etc.) son el grupo religioso más numeroso que existe en la Iglesia Católica. El 3 de octubre de 1226, acostado en el duro suelo, cubierto con un hábito que le habían prestado de limosna, y pidiendo a sus seguidores que se amen siempre como Cristo los ha amado, murió como había vivido: lleno de alegría, de paz y de amor a Dios.

Cuando apenas habían transcurrido dos años después de su muerte, el Sumo Pontífice lo declaró santo y en todos los países de la tierra se venera y se admira a este hombre sencillo y bueno que pasó por el mundo enseñando a amar la naturaleza y a vivir desprendido de los bienes materiales y enamorados de nuestra buen Dios. Fue él quien popularizó la costumbre de hacer pesebres para Navidad.

 


 

 

Publicado 05/10/11

 Hoy es día de San Froilán, patrón de  Lugo, capital de provincia.


  
Etimología: Froilán = el señor de las tierras, viene del germánico

San Froilán fue uno de los hombres que forjaron la España medieval en las difíciles horas del siglo IX. Dos grandes tareas se imponían a los hombres de aquella época para librarse del angustioso aniquilamiento que les amenazaba: la reconquista del suelo patrio de manos de los árabes y la inmensa obra de colonización que a la Reconquista seguía. Era preciso entonces hacerlo todo. Al recobrarse la yerma y asolada geografía hispánica había que imprimir sobre ella, como sobre tabla rasa, el espíritu, el carácter, la cultura y la pasión de la España cristiana, que re nacía con sello nuevo tras los Montes Cántabros. La acción fe cunda de Froilán, su vida y su espíritu, lleno de afanes de supe ración, quedaron tejidos en la trama de la historia de aquella España.

¿Quién era San Froilán y cuál fue la trayectoria de su vida? Por fortuna, se conserva una corta biografía del ortodoxo varón Froilán, obispo legionense, copiada en elegante minúscula visigótica por el diácono Juan, contemporáneo suyo. Esa copia es del año 920, quince años después de la muerte del santo obispo (905). Ignoramos quién fue su autor. A pesar de su estilo lacónico y de sus adherencias legendarias, podemos reconstruir los rasgos fundamentales de su vida y carácter.

Nace el año 833 en los arrabales de Lugo. Allí recibe durante sus primeros años la enseñanza que los concilios exigían a los candidatos para el sacerdocio. Al llegar a los dieciocho años su vida interior entró en crisis. Dudó entre la vida retirada del desierto o la actividad apostólica. El futuro fundador de cenobios y gran predicador de muchedumbres opta por la soledad de los montes. Los espíritus superiores toman personalmente la iniciativa de su vida y Froilán quiso consagrarla totalmente a la familiaridad íntima con Dios. Buscaba a Dios en aquellos montes y lo encontraba en todas las criaturas, que le hablaban de una belleza arcana y superior. El podía cantar dulcemente aquellos versos de Berceo :


Yaciendo a la sombra perdí todos cuidados;
odí sones de aves dulces e modulados.
Nunca udieron omnes órganos más temprados,
nin que formar pudiesen sones más acordados.


Mientras él gozaba de los encantos de la soledad, estallaba en la España musulmana una violenta persecución contra los cristianos. El año 850 comenzó a florecer de nuevo con el rito solemne de la sangre el martirologio cordobés. Rosas purpúreas de esta larga primavera martirial fueron, entre otros, el sacerdote Perfecto, degollado el día de la Pascua mora; el erudito monje Isaac, decapitado y colgado de un palo; el joven Sancho, crucificado; las dos vírgenes Columba y Pomposa, y el más famoso de todos, el bienaventurado Eulogio, aquel hacedor anhelante de mártires, cuya cabeza cortó el alfanje de un solo golpe, a las tres de la tarde del sábado 11 de marzo del año 859.

Tal vez la voz poderosa de esta sangre inocente retumbó entre los montes donde Froilán se escondía y le empujó a organizar una cruzada. Tal vez en el diálogo familiar con Dios sintió la invitación a la vida activa. Nos cuenta su biógrafo, con la ingenuidad de nuestros cantares de gesta y, sin duda, imitando los inicios de la predicación de Isaías, que al joven eremita le acuciaba la duda de si debía permanecer por más tiempo en aquellas soledades. Para liberarse de ella se sometió a la prueba del fuego. Si Dios suspendía las leyes, era señal evidente de su voluntad divina. Froilán introdujo unas brasas encendidas en su boca. El fuego no le causó la más mínima quemadura. Dios había hablado. De los montes se lanzó a los poblados a propagar entre los hombres otro fuego que le ardía dentro. Su vida nos dice escuetamente que recorría las ciudades predicando sin cesar la palabra divina con gran aplauso de todos.

En sus triunfos pastorales sentía irresistiblemente el atractivo de la soledad para reponer sus energías. Acompañado del sacerdote Atilano torna a su retiro. Ambos se escondieron en los montes de Curueño (León). Pero los pueblos en masa le seguían a su celda solitaria. Con las muchedumbres iban magnates y obispos que anhelaban oír su palabra. Entre sus oyentes se despertaron numerosos seguidores cautivados por sus ejemplos. Ante los ruegos insistentes se ve forzado a bajar a la ciudad de Veseo. Allí erige su primer monasterio, que llenará pronto con 300 monjes. Es el comienzo de una nueva etapa: fundador de cenobios. Su fama salta los montes de León y llega a oídos de Alfonso III en Oviedo. El rey le envía mensajeros ordenándole venir a su corte. Honda impresión causó en Alfonso la presencia de aquel monje. Se fija en él para la gigantesca obra de repoblación que había comenzado su padre, Ordoño I. Las fronteras del reino astur-leonés llegaban por el sur hasta la línea del Duero. De Castilla se podía decir lo del poeta: «Harto era Castilla menguado rincón cuando Amaya era corte, Hitero el moyón". Zamora, Toro y Simancas eran fortalezas que espiaban posibles asaltos árabes al reino cristiano. Las zonas fronterizas a ambos lados del río estaban despobladas y devastadas por los reyes asturianos. Lo exigía así la táctica militar. Pero había que ir empujando la frontera más abajo. Para eso, en la zona norte del Duero era necesario levantar los poblados destruidos y poner en explotación las tierras abandonadas. Ninguna fuerza más cohesiva para dar vida a estas preocupaciones regias que la acción colonizadora de los monasterios. Esto lo comprendió cabalmente Alfonso III y concedió al Santo amplias facultades para visitar todos sus dominios y levantar cenobios a cuyo amparo se acogiesen los nuevos poblados. Estas agrupaciones humanas, así formadas, constituían una unidad política cuyo jefe era el abad, y sus agentes y maestros los monjes, que enseñaban las artes de la paz e infundían el espíritu de cruzada en la guerra de reconquista. Froilán puso en juego de nuevo su capacidad de iniciativa y se dio a recorrer las tierras del reino alfonsino. Su beligerante actitud le llevó a fundar dos grandes monasterios cerca de la frontera, a pocos kilómetros de Zamora. El primero fue el de San Salvador de Tábara. En él se congrega con 600 monjes de ambos sexos. Era uno de esos monasterios llamados dúplices, donde las monjas, aunque rigurosamente separadas, tenían la ventaja de la asistencia sacerdotal y de la defensa en caso de invasión.

Fue éste, en el siglo x, uno de los más famosos monasterios por el arte refinado de su escritorio. La pesadumbre del tiempo, insensible a los afanes del hombre, no nos ha permitido ver en su realidad de piedra la arquitectura de esta fundación. Pero, afortunadamente, un códice de su escritorio nos la conserva parcial mente. En el último folio aparece la torre del monasterio, "alta y lapídea", de sillería policroma, con ventanales de arcos de herradura. Sobre el tejado, dos airosas torrecillas con sendas campanas. A los lados de los últimos ventanales, dos balcones voladizos se asoman al horizonte. Tres hombres suben a la torre por unas es caleras de mano y otro hace sonar las campanas tirando de una cuerda. Adosado a la torre está el escritorio. Un pergaminero aparece sentado en un taburete cortando el pergamino con grandes tijeras. En un aposento inmediato están el monje Senior, copista, y Emeterio, escriba y pintor, discípulo predilecto de Magio. Fue Mágio la gloria cultural más notable del monasterio tabarense. Contemporáneo en su niñez de Froilán, elevó a alturas maravillosas el arte de la miniatura, ese arte casto, espiritual y apacible a los ojos, y que mueve el ánima a altas consideraciones". Son todos los datos que poseemos de esta espléndida fundación. Del segundo monasterio tenemos aún menos noticias. Según el citado biógrafo, lo levantó en un emplazamiento alto y ameno junto a las aguas del Esla, al parecer cerca de Moreruela (Zamora). Sólo una frase añade a este laconismo: ..se reunieron allí 200 monjes consagrados a la ascesis de la vida regular". Aquellos cronistas medievales, avaros del tiempo, no nos cuentan nada de los métodos de dirección espiritual del Santo cenobiarca ni del ambiente de perfección que, sin duda, reinaba en estos monasterios. Pero se siente palpitar en estas breves páginas biográficas la dinámica incontenible de Froilán, su temperamento emprendedor, su espíritu sobrenatural lleno de ardorosa elocuencia, su recia personalidad de caudillo espiritual. Esa era la fama que corría de pueblo en pueblo y de comarca en comarca y que cada día ganaba más admiradores. Por eso no es extraño que, al quedar vacante la sede de León, se alzase unánime la voz del clero y del pueblo, reclamando por obispo al abad Froilán. El rey, que no había lo grado convencerle para que aceptase el oficio pastoral, se alegró sobremanera. Vencida su resistencia, fue consagrado obispo de León el día de Pentecostés, 19 de mayo del 900. Ese mismo día recibía también la consagración episcopal para la sede de Zamora su inseparable y santo amigo Atilano. Estas dos lumbreras, dice emocionado el autor anónimo, puestas sobre el candelero, iluminaron con la claridad de su luz eterna todos los confines de España. La Iglesia de León, que estaba dedicada, según una donación de la época, "a los señores, santos, gloriosos y, después de Dios, fortísimos patronos Santa María Virgen, Reina celeste, y San Cipriano, obispo y mártir", recibía ahora clamorosamente por obispo al que había de ser su Patrono hasta el día de hoy. Sólo la gobernó cinco años, pero el heroísmo de sus virtudes y el triunfo de su santidad la aureolaron para siempre.
 
 

 

Publicado 4/10/11 Festividad de San Francisco

Especial San Francisco de Asís (II).CARTA A FRANCISCO DE ASÍS

Autor:  Padre Francisco J. Castro Miramontes

Hermano Francisco: paz y bien.

Han pasado ya casi ocho siglos y aún seguimos recordándote, aún cuando seguramente tú hubieras preferido pasar de puntillas por la historia, porque en realidad eras, de corazón, un ciudadano del cielo. Casi ochocientos años en los que la Humanidad ha seguido su curso y en los que hemos vuelto a caer en los graves errores de tu época. De hecho seguimos viendo en ti, hombre de tu tiempo, curtido en la brega cotidiana en un medio cultural, político, religioso, y económico determinado, a alguien que tiene mucho que decirnos hoy. En ese sentido, está claro que no has perdido ni un ápice de actualidad, de novedad y de originalidad.

Pero al tiempo que constato esto no dejo por ello de sentir una especie de nostalgia, y al mismo tiempo de tristeza. Me explico. Sentimos nostalgia de alguien, de algo, de algún lugar, que identificamos como único, hermoso, esencial en nuestras vidas. Y lo hacemos precisamente porque tememos haberlo perdido, o que ya no vuelva más, o que ya nada vuelva a ser lo mismo. Mi nostalgia hacia ti consiste quizás en que siento que tu historia de amor se ha quedado anclada, estancada, perdida, como si de una isla se tratase, en el océano inmenso de la historia, como si lo que tú viviste ya no pudiera ser vivido hoy, al menos no de la misma manera y con la misma intensidad. Y me refiero no a tu vida concreta que, al fin y al cabo, es única e irrepetible, sino a tu experiencia de amor solidario y generoso, tu compromiso desde y por la paz, que hoy tanto necesitamos.

La nostalgia es positiva si nos hace renacer a lo mejor de nosotros mismos, aunque sea a fuerza de idealizar y soñar con lo hermoso. La tristeza me brota -te lo confieso- porque compruebo que el ser humano de hoy, en realidad, no ha evolucionado. Sí es cierto que la tecnología es deslumbrante. Seguramente a ti te sobrecogería comprobar cómo se ha avanzado en el aspecto de la técnica o la medicina, pero de un modo injusto, ya que hemos convertido el mundo en un gigantesco lazareto en el que marginamos a miles de millones de personas que han sobrevivir (y a veces ni siquiera eso) en medio del latigazo insultante de la miseria. Sí, sin duda, tú hoy, de nuevo, estarías ahí, junto a estos nuevos “lepro-sos”.

El gran avance, el progreso del que tanto hablan los políticos, en realidad es un poco ficticio. Para algunas personas la vida es un poco más cómoda, tienen (tenemos) muchos medios materiales, pero el corazón sigue siendo el mismo, el que tú conociste en tu tiempo. Las diferencias, aquí, son de mero matiz. En tu tiempo vestíais de un modo, viajabais a caballo, no teníais televisión ni internet, pero el corazón humano podía llegar a ser inmensamente mezquino, como hoy. La verdadera revolución, la del corazón, la iniciada por tu Jesús y continuada por ti aún está inconclusa. Es un gran fracaso, pero al mismo tiempo también un estímulo para continuar construyendo sueños y esperanzas, porque, como puedes comprobar, aún está casi todo por hacer. Es cierto que han sucedido acontecimientos hermosos, que el bien sigue abriéndose un hueco en medio de la historia, que hay personas maravillosas que se parecen mucho a ti, pero el mal sigue siendo contumaz y se resiste a abandonar el corazón humano, en cuya tierra brotan todas las semillas de enfrentamiento y violencia. De las guerras de nuestro tiempo no quiero ni hablarte, de tantas formas de guerra bastante más cruentas que las de tu tiempo, porque hoy, es muy fácil matar: ¡qué horror!

Tu familia religiosa -aunque tú no querías fundar nada por no sentirte digno- ha sido, sigue siendo, muy próspera, aunque ha sido una historia de luces y sombras, de lucha por conquistar un hermoso ideal al tiempo que la realidad concreta se nos impone, una realidad llena de contradicciones e infidelidades. Hoy existen no sé cuántos movimientos religiosos y culturales que siguen tu estela. La Iglesia ha beatificado y canonizado a varios cientos de tus seguidores (perdona; de los seguidores del Evangelio). También tus hijos e hijas han ofrecido su sangre en martirio, sin mirar atrás, sintiéndose herederos/as del reino de los cielos, con esa libertad de la que tú hablabas con frecuencia, la que nos lleva a hacer sólo aquello que no es contrario “a nuestra alma”. Y en medio del mar del mundo seguimos refiriéndonos a tu “perfecta alegría”, aquella que expresaste al Hermano Leone camino de Santa María, cuando el mal tiempo arreciaba y se confabulaba con el cansancio y el hambre. Llegar a la puerta de tu casa y no ser recibido debía ser acatado con paciencia, la ciencia de la paz, venciéndose uno a sí mismo. Es ahí, en la adversidad, en donde vence la humildad de la persona pacífica y enamorada de la vida. Vivir comprometidos con el amor es una apuesta por la verdad caritativa que tú aprendiste en la escuela de Jesús de Nazaret.

La Iglesia actual sigue siendo, en parte, la Iglesia de tu tiempo, porque está conformada por hombres y mujeres frágiles. Se la critica mucho, pero no se quiere ver más que aquello que interesa ver. Gracias a Dios -a quien tú tantas veces dabas gracias por todo y pese a todo- siguen produciéndose en el seno de la Iglesia muchos gestos de entrega generosa por la causa del Evangelio, no siempre comprendido por algunas personas, y por los poderes de este mundo, que no desean tener cerca a testigos de la verdad, no sea que desvelen muchas mentiras sobre las que se sustenta este mundo.

De ti se sigue hablando, vencedor de vanidades y prepotencias -y ya sé que no te agrada del todo- como un hombre de corazón noble y espíritu humilde, como un gran amante de la creación, como testigo y portador de la paz. Cada año acuden a Asís, y a otros lugares que guardan memoria de ti, muchísimas personas provenientes del mundo entero. ¿Por qué será? Te recuerdo aquí las palabras de aquel hermano tuyo que te preguntaba por qué a ti iban todos, si en realidad tú eras lo contrario al paradigma de héroe de tu tiempo. Tu respuesta fue sencilla y realista: porque Dios sabía de tu pecado y ha querido manifestarse, como siempre, a través de un hombre frágil y consciente de sus limitaciones. “El hombre es lo que es a los ojos de Dios, y eso basta”, solías decir. Eras muy consciente de tu indigencia, pero también del gran amor de Dios para con las criaturas.

Te confieso también que en cierto modo hoy te hemos vuelto a defraudar, puesto que nos hemos hecho demasiado acomodaticios y poco comprometidos. Incluso te hemos “secuestrado”, porque hablamos mucho de ti, te hemos levantado monumentos, se han cons-truido majestuosos conventos, tu nombre figura en rótulos de calles, y hasta hay ciudades que se llaman como tú, recordándote a ti. Plasmaré aquí, por escrito, lo que tú decías: “los santos hacen las obras, y nosotros, con narrarlas, queremos recibir honor y gloria”. Quizás así sea. Es más fácil hablar de los demás que hacer de la propia vida un camino de encuentro con Dios y la bondad. Es más, también a través de las palabras de este libro he osado hablar de la vida de un santo, hablar de ti (ya que eres santo, no debido a tu esfuerzo, sino porque Dios así te lo ha pedido, y tú has respondido generosamente). Es posible que haya personas que después de leerlo me digan que les ha gustado mucho, que escribo muy bien (también habrá la versión contraria, lo cual conviene para cultivar la humildad). Incluso es posible que me pidan que les dedique el libro. Lo haré con una sonrisa, pero, posiblemente también, un poco ruborizado porque sé que en realidad lo único que he tratado de hacer es ser instrumento del amor de Dios manifestado a través de tu vida.

Dicen que uno de los personajes más conocidos de la historia del siglo XX llegó a decir -después de liderar una revolución- que en realidad él hubiera necesitado una docena de “Franciscos de Asís” para que se hubiese cumplido su sueño. Al final el lobo que habita en nosotros sale fiero y busca a quien devorar. Tú has sido un rebelde, un revolucionario del corazón, y hoy te recordamos por ello, y yo, personalmente, te lo agradezco. Sabes que en mi vida tú eres muy importante. Cada vez que dirijo mis pasos, caminando por la calle que lleva tu nombre, hacia el convento de San Francisco de Santiago de Compostela, y contemplo tu efigie de brazos abiertos en el “monumento”, reconozco que me da la impresión de que la piedra me sonríe, de que allí estás tú, presente, en la piedra moldeada, en el agua de lluvia, en los pájaros cantarines, en los viandantes… en la vida, en el amor, en la paz, y en la esperanza.

Quiero concluir esta improvisada carta de amigo, de hermano, con una oración, para que la recitemos juntos. Se trata de la “oración de la paz”, compuesta mucho tiempo después de ti, pero que sin duda refleja perfectamente tu espíritu y estilo de vida. Quedamos emplazados para una nueva cita, cuando Dios quiera. Tengo ya ganas de estar contigo. Hasta siempre Francisco, “buenagente”:


“Señor, haz de mí un instrumento de tu paz;
donde haya odio, ponga yo amor,
donde haya ofensa, ponga yo perdón,
donde haya discordia, ponga yo armonía,
donde haya error, ponga yo verdad,
donde haya duda, ponga yo la fe,
donde haya desesperación, ponga yo esperanza,
donde haya tinieblas, ponga yo la luz,
donde haya tristeza, ponga yo alegría.

¡Oh, Maestro!, que no me empeñe tanto en ser consolado
 como en consolar,
en ser comprendido como en comprender,
en ser amado como en amar.
Pues es dando como se recibe,
olvidando como se encuentra,
perdonando como se es perdonado,
y muriendo como se resucita a la vida eterna”.

 

Del libro “ALTER CHRISTUS. FRANCISCO DE ASÍS SIGNO DEL AMOR”
(ED. San Pablo) de Francisco J. Castro Miramontes

La Xunta de Cofradías de la Semana Santa de Viveiro, agradece desde estas líneas la colaboración del Padre Castro Miramontes

 
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