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Publicado el 5/08/11

Colección de Pregones.Semana Santa 1981

Modesto Pérez Rodríguez

Pronunciado en la Iglesia de San Francisco, el 11 de abril de 1981

1.— MEZCLA DE RELIGIOSIDAD.

Para hablar, en la persona de nuestros antepasados, de un sentimiento religioso catalizando, el mismo, a través de los cánones del cristianismo, es menester remontarse al siglo VI, y citar al Rey Teodomiro. Bajo el cetro de tal Monarca, los suevos y los gallegos formaron un sólo pueblo y, en líneas generales, abjuraron del arrianismo.
Concretándonos a Viveiro, este Rey fue definitivo e influyente. A él se le atribuye la elevación de Lugo a sede metropolitana y la perpetua exposición de S.D.M. También en sus directrices se incardina la creación de la sede de Britonia, hoy convertida en la diócesis de Mondoñedo.


Pero al citar estas innovaciones, ocurridas en el ámbito de la fé y de la organización eclesial del siglo VI, urge traer a primerísima línea la ingente figura de San Martín Dumiense, tan vinculado a nuestra idiosincrasia y a nuestra comarca. El Santo se consideró tan próximo a nosotros, que aseguró que no importa estar aquí, o sea, vivir ausente del lugar en que uno ha nacido.


San Martín, Obispo de Braga –dejando tras de sí dulces recuerdos y amistades, cual eran, entre otras, las que lo ligaban con Santa Radegunda y con el poeta Venancio Fortunato–, llevó activísima evangelización a lo largo de las costas lucenses. Su impronta fue tan acusada que las ferias más antiguas de Vivero eran las de San Martín y San Juan, que ya existían en el siglo XIV. Casi pues con simultaneidad a sus predicaciones, los vivarios le rindieron culto, puesto que con prioridad a la celebración de esas ferias, ya aparecen, de forma indudable, la estampa santificante de San Martín.


En consecuencia, y bajo su advocación, o sea con antelación al siglo XIV, surgen la efemérides arquitectónica de San Martín de Arenas, de San Martín de Arenas, de San Martín de Rúa Cuberta, de San Martín Castelo y del Monasterio de San Martín, ahora conocido por San Martiño de Galdo.

No obstante, hay que subrayar que, antes y después de este Santo de Hungría y por adhesión casi lugués, hubo cultos no puramente cristianos en la zona del Landro, en coexistencia con los acuñados por el sello episcopal.


En efecto, allá en las épocas de Roma y de los godos, aún estaba pujante un centro céltico o druida en el monte Castelo; y en la playa de Abrela eran asíduas las ceremonías de cariz celtibérico en honor a dioses.


Y aquí, previos a este templo parroquial de San Francisco, ha de estimarse que durante los siglos VII, VIII, IX, X, XI y XII se practicaban cultos priscilianistas. Y ello, porque así como los Infantes de Carrión, vecinos de los montes de Rúa y aspirantes a un Condado en la isla y entorno de Sarón de Portocelo, no fueron enterrados en la iglesia que antes existía allí (en la hoy de San Francisco), aumenta la credibilidad de que los hijos de aquellos, llamados conde Bermudo y conde Ricardo, fueron aquí inhumados en un sarcófago de plata de tapa piramidal.

Al respecto recordaremos la tradición aldeana. La gente del concejo de Cervo y de Jove, dice: “Había entonces en el extrarradio norte de Viveiro –año 1.155– un recinto consagrado a Dios y aun mártir decapitado en Europa. Las mujeres oficiaban en el altar y los devotos creían que el diablo producía los fenómenos meteorológicos; y aunque practicaban la consagración con uva o leche, ayunaban los domingos. En este lugar de oración se recargaban las inscripciones profetizando la no resurrección de los muertos”. Es decir, que estamos ante la doctrina de Prisciliano.

Pero, en oposición a esa ideología, también es justo reconocer que, en total armonización con las enseñanzas de San Martín Durmiense, encontramos una iglesia y un monasterio, que antecede a la iglesia de Santa María del Campo y a la desaparecida de Santiago el Mayor, sita, la última, en la ahora plaza de Nicomedes-Pastor Díaz Corbelle ¿Y cuáles son aquélla iglesia y aquél monasterio que contemporaneizaban con el priscilianismo? La primera es la de San Pedro de Vivero que, debido a su habida permanencia entre nuestros pobladores, ya necesitó una seria reconstrucción en el siglo X, pues el presbítero Abad Pelagio indicó que había arreglado dicha iglesia en honor a San Pedro en el año de 962, lo que revela que, pese a su antigüedad, nada deben relacionarse dichas obras de restauración con la empresa reconquistadora que llevó a cabo el caudillo de Covadonga.


Y hablaremos del monasterio.
Tal edificio es el de San Miguel de la Colleira, fundado a principios del V (o del VI) por el Obispo Consencio que, como el inmueble ha surgido en tales datas, es seguro que sus reglas eran las de San Fructuoso; y en el supuesto de que se edificase sobre el siglo XI, sus constituciones provendrían de San Benito.


Varios tratadistas afirman que los templarios habitaron en dicha isla cántabra en el siglo XII, y que desaparecieron en el siglo XIV; es la famosa noche del exterminio, tan ilustrada por García Dóriga. Este periodista puntualiza que sólo se salvó de la matanza uno de los templarios que vestía de paisano y que pudo refugiarse en una casa del Vicedo.


Por ser esos monjes los que, en boca de Alvaro Cunqueiro, solemnizaron el primer acto multitudinario  de la Semana Santa de Vivero, procede que se deje cuenta del ceremonial que oficiaron.

A la vista de las interferencias cristianas y semicristianas (o incluso profanas) que hubo en la zona vivariense, uno se pregunta, ¿cuándo debemos señalar los inicios de nuestra Semana Santa?.

2.— LA CRISTIANIZACIÓN.

Si nos atenemos a los genéricos textos de la peregrina Eteria, que vivió en el siglo IV, podríamos aventurar algunas de estas conmemoraciones por aquellos albores, aún careciendo de toda prueba o vestigio. Habrá, por tanto, que esperar a fines del siglo XIII para asentar cronológicamente en Vivero la reproducción de las estampas de la Muerte y Resurrección del Hijo de Dios.


Para ésto bastará una ojeada marcha atrás: ¿Qué era nuestra villa, por ejemplo, al iniciarse el siglo XI, es decir, en el año 1.000?. Vivero era entonces una gaviota de piedra varada junto al mar. Hay que suponerlo rodeado por trozos de muralla y torreones, que le daban apariencia de un cuadrilátero imperfecto que limitaba, ya con la actual avenida de Cervantes junto a un río, ya con la vía del Vallado, ya con la calle García Dóriga, y, al poniente, con el mar.


Como por este linde no se constituyó el flamante paseo marítimo hasta el reciente siglo pasado –de ahí que sea la arteria urbana más moderna de Vivero–, la fortaleza estaba al Oeste mojada por el mar y sujeta a sus embates. La muralla se fue enriqueciendo poco a poco, a base de puertas y portillos; para una mejor comprensión, citamos sus seis nombres: Angustias, Cristo, San Antonio, Santa Ana, Puente y Vallado.

Como lugares de cultos y en los momentos a que nos referimos –siglo XI– sólo se conoce, en plena población, a modo de anticipo del convento de las Concepcionistas, la ya citada capilla de San Martín de Rúa Cuberta, en donde la tradición popular quiere ver, jugando al ajedrez en el repetido atrio, a los cuatro linajes de Vivero, a saber: a los caballeros que fueron encomendados de la guarda de la villa por el Rey don Pelayo.
¿Y las parroquiales?


Henos aún ante la actual iglesia de Santa María del Campo y la extirpada del Señor Santiago, como piezas o conjunto de futuro; quizás en el año 1.000 ni se hubieran confeccionado sus planos, al margen de las vivencias y prácticas religiosas que pudieran existir en la zona alta del pueblo, por parte de sus primitivos habitantes, quienes construyeron un pequeño castro, que era su albergue.


La iglesia de Santa María, situada por ende en el terreno más elevado del circundo, vale, entre todas las de entalle ciudadano de Galicia, como la de estilo románico más completa y más pura. Precisamente, por su externidad y conformación, se le intuye levantada en el siglo XII. En este mismo siglo se supone construída la derribada iglesia de Santiago el Mayor, de aire romano-bizantino, si bien, pese a la docta opinión contraria de Donapétry Iribarnegaray, contaba la misma con algunos años de anterioridad a la de Santa María.

El doble juego de convento –franciscanos y dominicos– no se había eregido entonces ni en la rama masculina ni en la femenina.

3.— APARICIÓN DE LA SEMANA SANTA.

Es necesario esperar a los años que siguen al 1.200 –siglo XIII– para que, con la reciente venida de los discípulos de San Francisco y de Santo Domingo, aflore nuestra autóctona Semana Santa con organizaciones colectivas –comunidades–, y con convocatoria de los vecinos que acuden en masa para recordar la tragedia del Gólgota.


Eran instantes en que los monjes, cual expondremos, no disfrutaban todavía de sus respectivos cenobios preparados adecuadamente para los actos litúrgicos, ahora a realizar. Por eso se vieron necesitados de usar en el siglo XIV, como puntos geográficos y religiosos de arranque y culminación, el atrio de la extinguida iglesia de Santiago (casi junto al mar) y el atrio de la iglesia de Santa María (en una leve altura).


Para esto echaré mano de la tesis amiga del recientemente fallecido Alvaro Cunqueiro. Don Alvarito me explicó los sufrimientos padecidos al respecto por los monjes locales y también por los caballeros del Temple, que acudían a Viveiro en barcas de remos o en elementos similares.


Sostiene el escritor mindoniense que el guindaste o palo fijo que existía en la ría desde 1.346 y que recordaba el último poder temporal de los obispos de Mondoñedo sobre Vivero, procedía del material del Vía Crucis mayor, en cuya manifestación alrededor de 1.295 se habían vertido por los penitentes, a lo largo de la ruta, tantos litros de sangre a causa de los cilicios y mordientes, como vino contenía el más pequeño de los cántaros de las Bodas de Caná.


El inmortal autor de Don Hamlet explicaba la pormenorización del Vía Crucis. Decía del guindaste que unos años antes lo habían utilizado como vara alta de la Cruz Alzada los franciscanos y dominicos en una procesión penitencial celebrada el Viernes Santo y enfatizaba que la población había sentido enorme alegría al comprobar que durante ese Vía Crucis, los nuevos convecinos de Viveiro -los frailes-, lograron que los dos hijos de una viuda de Magazos fueran excarcelados por la autoridad civil local.


A fin de dotar de mayor realismo al primer Vía Crucis que se estrenaba en el pueblo -el del derramamiento de la sangre-, los frailes templarios de la isla de la Colleira, prestaron su colaboración vistiéndose, allá por el año 1.300, con clámides que reproducían a la túnica de Jesús: y que media docena de éstos, se prestaron voluntariamente a ser escarniados y aguijoneados en el recorrido, para así traer a Vivero el patetismo de la subida al Calvario.


Y pronto desapareció casi  la intervención de las escenas de la Semana Santa, a nivel de las parroquias, a excepción de algún rito esporádico. Los frailes casi monopolizaron las funciones, y las feligresías pasaron a un papel secundon.


Habitado el convento franciscano sobre el año 1.214, o sea a propósito de la venida a Galicia del Poberello de Asís, sucedió que la dual cofradía de la Purísima Concepción y de la Vera Cruz, y, sobre todo, la V.O.T. de la Penitencia, se encargaron de solemnizar los cultos de la Semana Santa, marginando prácticamente a las parroquias.


Eregido el convento de dominicos muy pocos lustros después o sea en el año 1.282 en el extremo sur de la urbe -antes tenían un mero vicariato y una diminuta iglesia- brotó al unísono con las precipitadas realidades la ilustre Cofradía del Rosario o de los Nobles. La asociación debía su apelativo al hecho de pertenecer a ella las más linajudas familias vivarienses. Al lado de sus puertas se decidieron temas tan importantes como la postura que Vivero debería afrontar pensando en la Beltranaje o en Doña Isabel; si Pedro Pardo de Cela estaba en su papel, o no, al negarse a rendir la villa al Rey; si era prudente que Ribadeo absorbiera a favor de las clarisas la hacienda del convento de San Francisco, etc.


Tras estos datos ya tenemos enmarcada en términos generales el desenvolvimiento de nuestra Semana Santa. Tal y como la describimos, y colocando como elementos primordiales al Encuentro y al Descendimiento, podemos etiquetarla, con leves variaciones, en la inercia de los siglos que llevan desde el siglo XIV al año de 1.742, en la que se inaugura la actual y devotísima capilla de la Venerable Orden Tercera.

No obstante, un acontecimiento de primer orden le da relieve a la Semana que se inicia con palmas y ramos.

Durante ese espacio cronológico, que va desde la existencia formalista de la Semana Santa hasta el indicado XVIII, se observa un cuño obispal que acredita la importancia de nuestras ceremonias con motivo del Jueves y del Viernes Santo.
Me refiero a las decisiones emanadas del prelado Isidro Caja de la Jara, andaluz que visitó a pie toda la diócesis y que comía diariamente en su mesa con dos pobres.


Pues bien: este Obispo ordenó (monseñor Zorrilla consiguió de Felipe III en 1.618 que las pusiera nuevamente en vigor) que en Vivero, Ribadeo, Santa Marta, Ferrol, Cedeira…, en razón a la importancia de sus respectivas Semana Santas y por celebrarse en puertos de mar, que además del fin principal que llevan ínsito, convenía que haya gran cuidado por los extranjeros que suelen acudir a ellas.


Y creo a la vez interesante poner de relieve el apoyo que le prestaba a la Semana Santa un camino de peregrinación que conducía a Compostela, pues nadie duda que muchos peregrinos desembarcaban en la costa de la mariña de Lugo, después de surcar los mares de Inglaterra, Irlanda y otros países.
A estas arribadas y a las menciones que se leen sobre los extranjeros, responde el camino jacobeo de nuestra comarca. Tal periplo hacia el sepulcro del Apóstol tenía  su primer peldaño en el barrio inmediato de la ex catedral de San Martín de Mondoñedo; aquí había un hospital de peregrinos que hasta hace poco tiempo se empleó para vivienda del sacristán.


Luego el camino presentaba un descanso en el hospital de San Ciprián, donde hoy se conserva la capilla de San Andrés.


Después el itinerario seguía hasta Cillero y el puesto servía a los peregrinos de estación terapéutica, pues en el hospital de Santa Ana, ubicado en la Rúa Grande, un exorcista les expulsaba cualquier materia nociva que pudiese perjudicarles antes de la llegada al Pórtico de la Gloria.

También en el seno de la propia villa, la efigie de Santiago les daba valor para perseverar en la ruta, continuando la andadura por el puente romano de Landrove.


Por fin empataba el itinerario por las tierras de Orol, es decir, por el camino francés. Este periplo lo seguían peregrinos de la Galia que acudían a lo largo de la costa cantábrica, arrancando desde Ribadeo.


4.— HASTA 1.835.

Antes ya hemos aludido a la construcción de la V.O.T. Recalcaremos que su inauguración tuvo lugar en 1.742 y que, en esas fechas, los marineros de la localidad se veían imposibilitados, providencialmente, para transportar el peso de las enormes redadas alcanzadas prácticamente a la altura de la Cueva de la Doncella.


A mayores, el esplendor aumentaba. La V.O.T. acababa de ser enriquecida, dado que pocos años antes, el obispo Fray Juan Muñoz Salcedo, le había concedido a los terciarios las alhajas y efectos de las Cofradías de la Purísima Concepción y de la Vera Cruz, cuyas asociaciones había quedado, a través del decurso de los tiempos, desprovistos de cofrades.


Por consiguiente la independencia lograda por los terciarios con relación a la iglesia conventual, la Semana Santa y sus actos se robustecen, mientras que sigue a su ritmo normal el Descendimiento y demás ritualidades que hacían los dominicos en el interior del propio convento.


Con el mentado auge económico, los pasos se reparan, se encargan tronos nuevos, las farolas se retocan, los escapularios de los hermanos terciarios empiezan a proliferar en las procesiones… Y se hace una notabilísima demanda: se le encarga a Juan Sarmiento, escultor de San Ciprián, que esculpa las tallas de San Juan Evangelista y de la Verónica, cuyo trabajo hizo en 1.774, a perfección y con agrado de los miembros de la O.T.; esta obra respondía a un verdadero respaldo de la situación contable de la O.T., puesto que, en 1.760, la Junta de Hermanos dió lectura a una carta del Padre Provincial, recordando la obligación de mostrar los libros de entrada y de gastos, de memorias, y demás cargos con las cosas que pertenecen al gobierno temporal.
Y después de un reposo, aparecen varios acontecimientos en 1.806. Fue el preludio de la gran obra de 1.808, que luego comentaremos.


En enero del mencionado 1.806, se acordó que se hiciera el escaparate que estaba deteriorado para, una vez arreglado, colocar al Nazareno y demás imágenes que salen en las procesiones de Semana Santa, donde “pueden estar con más respeto y contribuir al más devoto y fervoroso culto”.
Se ve que los proyectos iban a mejor, ya que asimismo se decretó que, cuando no haya eclesiásticos que lleven por devoción la imagen de Nuest

ra Señora de los Dolores el día del Jueves y del Viernes Santo, que la V.O.T. satisfaga  ese trabajo; en fin, que en la festividad de la mentada Virgen esté expuesto el Santísimo Sacramento por la mañana y por la tarde.

A los dos meses se tomaron decisiones análogas, que revelan empuje por parte de los terciarios.


Consecuentemente se hizo saber que a los hermanos que adeudaren caridades no se les entregue blandón en las procesiones, y para que unos y otros lo tengan entendido que se haga presente la medida por medio de escrito que se fijará en la puerta mayor de la iglesia conventual.


Y las cosas persistían en ascensión. En la dicha Junta se nombró para hacer las ceremonias precisas con la Virgen de los Dolores, en sustitución del hermano Juan Leal, a Pedro de Castro y Ribera “sujeto apto para el desempeño”. El movimiento que desplegaban los terciarios era irrebatible.


En efecto, el 19 de octubre de 1.806 se decidió que la función de Santa Rosa de Viterbo debía celebrarse en la iglesia del Convento o en la capilla de la Hermandad.  Pero esto originó la evacuación de la oportuna consulta abogacial.


De ahí que los juriconsultos vivarienses, Sr. Almoina y Sr. Trelles, respondieron al caso, que el P. Guardián no podrá obligar a los Hermanos terciarios a celebrar dicha función u otras en la iglesia conventual, sino que podían celebrarla en la capilla; y si les acomoda en la iglesia, sin que el Padre Guardián pueda precisarlas y hacerlo determinadamente de uno o de otro modo.


Y la línea de subida perdura.
Tras unas notables cláusulas, fue en 1.808 cuando salió por primera vez a la calle el grupo escultórico de los Doce Apóstoles, debido al dicho escultor de San Ciprián Juan Sarmiento. Entonces se completó por consiguiente la procesión de la tarde del Jueves Santo, que, a la sazón contaba sólamente con el Ecce Homo, Jesús en el Huerto y una talla de la Concepción, vestida de Virgen Dolorosa y de la Soledad.

El reiterado imaginero tuvo como musa de su gubia para representar a los Discípulos del Señor, a los marineros de aquel muelle. Por eso, muchos contemporáneos acudieron a Vivero para ver la procesión de la Cena, y señalaban con sus nombres o apodos a los personajes que habían servido de modelo para San Juan, San Pedro, San Matías, etc.


Pero este año fue tristísimo para Bernardo Cordido, gran especialista en los barcos a vela, hasta llegar incluso a navegar en tierras inglesas. El motivo del disgutó estribó en que Sarmiento lo utilizó para que su rostro valiese de modelo a la cara de Judas Iscariote. No obstante, hay una opinión distinta con relación a Bernardo.


Por un lado, se habla que el artista se inspiró en los rasgos de cierto individuo , que le debía dinero sacrílego y que éste se lo negaba; por otra banda, se comenta que Juan Sarmiento tuvo en cuenta la cara de un peligroso criminal que se ahorcó en la fraga de Rúa en la noche de Jueves Santo, una vez que se cercioró de que la milicia le había descubierto el delito.


Nuestros Pasos de la Semana Santa no fueron indiferentes hacia la invasión extranjera que, a los pocos meses, asoló España. El 18 de febrero de 1.809 llegaron a Vivero las fuerzas francesas, dispuestas a vengar el desastre sufrido anteriormente. Uno de los generales -Treni- con sus ayudantes y fuerte escolta no tardó en hallarse junto a los muros del cenobio franciscano; y decidió entrar en el edificio. Pero que en su interior llegó de improviso hasta el grupo militar un murmullo sordo como de rezos efectuados en común. El general cruzó unas palabras con sus acompañantes y con los devotos, a quienes optó porque lo siguiesen, previas las oportunas precauciones.


Los franceses, una vez salvadas unas escaleras que llevan desde el nivel del pavimento a la dependencia de la capilla, contempló el espectáculo emocionante ofrecido por un reducido número de personas que, de hinojos, elevaban sus preces al Nazareno convertido  en rey de burlas, con una caña por cetro y una corona de espinas por diadema regia. El general quedó desde luego ganado por la espiritualidad de la escena, y de tal circunstancia debió salir aquel impulso íntimo de ordenar que no se tocara a nada ni a nadie de lo que había allí. Más tarde el forastero conmutó del degüello a aquellos vecinos, imponiéndoles otro castigo menos cruel, cual era en principio el rígido criterio pensado por Mathieu.


Así fue como nació el extraño calificativo de Ecce Homo de los Franceses, con que se conoce a la piadosa imagen que figura en el Domingo de Ramos.
El tiempo fue limando aristas y, al menos desde 1.817, se incrementó el resurgimiento de la obra de los franciscanos y los dominicos.

Por ejemplo, en 1.817 se  manifestó que se había hecho una túnica de terciopelo morado (con una soga de oro) para la efigie de Jesús Nazareno; que se habían confeccionado faroles para el alumbrado de la Virgen en las procesiones; que se había comprado una cruz de metal para el estandarte, en sustitución de la plata que “robaron los franceses”, etc. Aún cuando en 1.832 las cuestiones de la V.O.T. estaban un poco desordenadas.

Fué el mismo provincial de la Seráfica de Santiago quien facultó que, en vista de los inconvenientes que existían para constituir la junta, se nombrase un Ministro que sea celoso por el bien de la dicha Orden. Ante tal decisión, los terciarios confirmaron, sin embargo, al presbítero Pascual Tojo Montenegro, para así evitar el pretexto de perturbación de la paz a unos cuantos hermanos que suponían ilegal su elección.


Apaciguados los ánimos y deseosos los componentes de la V.O.T., de dar más brillo a la procesiones, hicieron en 1.834 la cruz de la Soledad para portarla por las calles de la población. De esta forma respondían a la postura de los dominicos, que llevaban también una cruz en la procesión del Santo Entierro.
En 1.835, el mundo religioso sufrió un tremendo descalabro, me refiero a la desamortización traida por Alvarez Mendizábal, hombre perteneciente a las logias masónicas. No obstante, la V.O.T. persistió casi en su generalidad; y lo mismo sucedió con el ceremonial de Semana Santa derivado de la Orden de Santo Domingo de Guzmán.


Esa estructuración lo acredita una decisión de los terciarios,  tomada en 1.843. Al propósito, se hizo saber que aún cuando las autoridades laicas decretaban la observancia de las leyes con respecto a las asociaciones religiosas establecidas sin la autorización del Gobierno, que la V.O.T. no se encontraba en dicha eventualidad. Al tema, los terciarios aclararon que pese a que no se podía  fijar la fecha de la creación de la entidad ni presentar la autorización debida que, tal vez se perdería con motivo del saqueo de los franceses, la V.O.T. había celebrado en el año anterior, con la correspondiente solemnidad, las funciones de Semana Santa, permitiéndolo las autoridades.


5.— DE 1.840 A 1.900. La demolición de la iglesia parroquial del Señor Santiago en la plaza de Viveiro, en el año 1.840, poco afectó a la celebración externa de la Semana Santa, máxime que, tocando en lo cronológico, desapareció el Colegio de la Natividad, y los alumnos que lo integraban pasaron a formar parte de las actividades de la nueva parroquia (de la desaparecida) y también de las que mal sobrevivían en las del convento deshabitado -la de Santo Domingo-.


En cambio, la destrucción del aludido edificio (de los dominicos) en el año 1.851, supuso un cambio de brújula, por cuanto que la congregación de los Nobles pasó a la capilla de los Dolores de la parroquial de Santa María, donde fueron alojados el Cristo del Descendimiento a la Virgen, San Juan y las figuras más egregias del tomismo, como la de Santo Tomás Aquino, San Vicente Ferrer, San Pedro Mártir, y otras.


Así se cumplió la predicción de una conferencia cuaresmal pronunciada por el fraile vivariense Padre Miguel Adán que, cuando trajo a tema las grandes novedades que acaecían al socaire del enciclopedismo, aseguró, refiriéndose al convento de Santo Domingo, que inmundos animales se congregarán y pacerán libremente en este sitio. Y, desde luego, a mediados del siglo XIX sucedió que un campo de ruinas delataba el solar en que antes se alzaba el majestuoso convento de Santo Domingo de Vivero, uno de los primeros que tuvo en España la esclarecida Orden de los Predicadores.
En consecuencia, la esplendorosa Semana Santa que se retrotraía al siglo XIV pasó a manos de los seglares. El pueblo en general fue entonces quien protagonizó las costumbres católicas que procedían de la Edad Media. La ausencia de los frailes se reemplazó por los feligreses, ayudados especialmente por sacerdotes exclaustrados nacidos en Vivero, o que, forasteros, residían en la villa.


Al respecto debe resaltarse la labor altruista de dos hijos del pueblo, que habían recibido órdenes mayores en el Seminario de Mondoñedo. Estos son don José María y don Manuel; el último tuvo gravísimos enfrentamientos con la figura cumbre que representó el sastre Robustiano Iglesias: la estela del ministro Sr. Robustiano cubre las postrimerías decimonónicas.


Pero antes hablaremos del presbítero don José María.
Se trata de un sacerdote sumamente virtuoso, inteligente y entusiasta, como lo demuestra la labor que realizó para conseguir la edificación del Asilo de Ancianos Desamparados, y para sostener un parvulario en la localidad.


Don José María López Vilar tuvo dos hermanas profesoras en el convento de las Concepcionistas. Aparte de sus múltiples y desinteresadas gestiones en pro del bien común, desarrollaba enormes gestiones para mantener las prácticas de nuestra Semana Santa en ese intervalo de orfandad.
Vale subrayar que dicho don José María, vicario ejemplar de las monjas durante 38 años de su vida, pronunció ininterrumpidamente en la iglesia de la Concepción, en la alta madrugada del Viernes Santo, el clásico Sermón de la Pasión: asimismo, dentro del claustro conventual dirigía una procesión, donde las religiosas portaban a hombros los correspondientes atributos.


Mucho se podría hablar de don Manuel Rouco Barro. O sea, del otro valedor.
A partir de los años 1.855 aproximadamente, se responsabilizó, hermanado con don José María, con la ejecución de los actos de la Semana Santa, aunque en las horas de su vejez sostuvo duros embates frente al ministro Robustiano.


El anciano párroco de Santiago -don Manuel- tuvo a su cargo el sermón de las Siete Palabras. Era capaz de conmover el ánimo de los oyentes, pues, a su fácil palabra, unía la tempestad que simulaba en el coro de la iglesia: aquí empleaba bengalas que fingían relámpagos y redoblaba tambores que aparentaban la aparición del tumbo de los truenos.


Las ceremonias del Encuentro y del Descendimiento las solían celebrar, respectivamente, franciscanos y dominicos, que pululaban por la zona, o que se habían refugiado en alguna institución eclesiástica. De esta forma se solventaban las dificultades que implicaban los pasos de la Semana Santa.
Nada se sabe del padre Formigo, viveirés procedente de la Orden de San Bernardo, quien construyó una morada en el punto donde ahora se levanta el teatro Nicomedes-Pastor Díaz. En cambio, conocemos los nombres que ayudaban a revivir las escenas de la Pasión, allá por las alturas de la Primera República y de la Regencia de María Cristina.


Estos presbíteros eran don Pedro Trobo, cura de Santa María de Chavín, y don Enrique Pardo, rector de Santa María de Magazos, aparte de los cuales (Martínez Granja, Soto, Casabella, y demás) que colaboraban en las funciones de la conmemoración de la Pasión del Redentor.
Claro está que aquí necesitamos remarcar la actividad y consiguientes trabajos materiales y morales que llevó a cabo el Sr. Robustiano, guiado por conseguir y afianzar las grandezas y mejoramientos de la V.O.T. En tal capilla, merecía que los terciarios le pusieran una placa en honor de Iglesias Piñeiro. Pero de él nos ocuparemos extensamente. Empezamos: Robustiano era desgarbado, cenceño y de un gran carácter. En contra de él se articularon campañas en la prensa local, se desempolvaron cánones y el Prelado de la diócesis pensó en imponerle sanciones. Pero aquel tenía a su favor la exención terciaria y, aunque le aplicaron las clementinas, nadie pudo contenerlo, pues sobre él solo contaba el Papa con jurisdicción.


La inaudita satisfacción de terciario llevó a Robustiano a preguntarle a Canosa:
— ¿Leíche tú o libro d’o Muy Rvdo. P. Andrés de Orcerín Jauregui “Privilegios de la Orden Tercera”?
— Non, señor –le contestó aturdido.
— E logo –añadió– ¿tú que lees; en qué perdes o tempo?.
— Estudio unha pouca de Contabilidá –repuso humildemente don Ramón.
—¡Contabilidá…! Ay, meu Ramonciño, non che pareza mal; pero eso non val pra nada. Mellor che fora estudiar pra cura e pode qu’algun día chegaras a Visitador d’a Terceira Orden.
Y Robustiano, con engolamiento, le detalló como pasó de la doctrina a la acción en tres memorables ocasiones. Una “desfacendo” un enterro en Xunqueira porque o cura don Manuel Rouco quixo poñer a cruz d’a parroquia diante d’a miña tratándose de “morte de hermana”. Si non chega a ceder -aclaraba- como hay Dios que volvía a “hermana” pra casa hasta elevar consulta.
— ¿A Roma? -me permití insinuar-. A donde fose, -me atajó enérgicamente.
La otra ocasión fue provocada por una misa que se estaba diciendo sin su permiso en la capilla de los Dolores de O.T. Al enterarse el señor Robustiano irrumpió en la capilla y arrebató airadamente la mantelilla que cubría el altar. Más, viendo que alguien con toda celeridad lo sustituía por otra, se abalanzó sobre la piedra del ara y salió corriendo con ella debajo del brazo, murmurando:
—¡Quién manda… manda!.
La tercera oportunidad fue más transcendente. Indispuesto con todo el clero por estos conflictos de jurisdicción, en el año 1.894 sacó a la calle todos los pasos y procesiones sin más adorno ni colaboración que la de unos alegres muchachos pertenecientes a la artesanía el pueblo, muy complacidos porque de ese modo “facían rabear os curas”.
Pero estos cañonazos del Sr. Robustiano no han sido únicos, además, quedaban en el anecdótico, ya que la artillería, aparte de ser leve, se agotaba en la propia casa y en favor del franciscanismo.


6.— DESPUÉS DEL SIGLO ROMÁNTICO.

Antes del nuevo resurgimiento de la Semana Santa local, hubo atisbos anticlericales, que merodeaban en lo herético y en lo irrespetuoso, incluyendo a las facetas de las escenas de la Muerte del Salvador.
Después del desastre de 1.898, hubo gente que veía con desagrado lo concerniente a las enseñanzas que nos infiltraban el Cabildo y la Mitra de Mondoñedo.


El estreno de la nueva centuria trajo a Viveiro una semilla que venía de posiciones del Conde de Romanones y, por tanto, de ideas bastante desacordes a los cánones vaticanos.


Y al poco tiempo apareció un quincenario -1.906- llamado germinal, cuyas editoriales tendrían pronto encaje en las doctrinas soviéticas. Tal prensa hizo su debut bajo lemas socialistas y defensores a ultranza de los intereses obreros; aunque tuvo una duración inferior a dos años, fue bastante el mencionado maratón para que se popularizase el dicho de los convecinos; “Arde mellor porque ven do inferno”.


Por la exagerada parcialidad de sus tesis antireligiosas y políticas, sólamente los forofos lo archivaban; de ahí que cuando los rusos le pidieron la colección completa de tal periódico al Sr. Pepe do Grandío, este vivariense les contestó:


— Los poquísimos coleccionistas que quedan prefieren entregar en los comedores sociales una empanada de congrio del tamaño del Germinal, antes que desprenderse de una de sus hojas.
El fanatismo de los hombres del Germinal los llevó a repartirlo a las personas que, el primer domingo de octubre formaban las filas de la antigua tradición del Rosario, de estirpe dominicana. Fue la tarde en que el coadjutor don José Felipe repentizó estos versos:
Ruge el demonio
Ruge Satán,
la fe en Vivero
no faltará.


Este tipo de publicaciones, aunque mucho más moderadas, se repitieron en Vivero. Basta citar El Vivariense en sus tres etapas, y por consiguiente, en sus fechas de 1.906. Y omitimos otras similares que se extendieron a los albores de 1.936.
En resumen, nuestra prensa fue plural, si bien con predominio al criterio pro eclesia.

7.— UN EMPUJÓN.

Alrededor del año 1.904 hubo una serie de seminaristas ejemplares. A la vez, el pueblo sintió la necesidad  de ennoblecer el entalle de nuestra Semana Santa, que había quedado soñolienta.


Y ocurrió de esa manera, a raíz de los sucesores de Asís y de los de Guzmán. Sólo así se comprende que en el año 1.908 se aumentaran los tradicionales pasos con nuevas y preciosas adquisiciones sacras.


Los terciarios enriquecieron la procesión del Viernes Santo con la flagelación de Jesús atado a la columna, obra de José Tena (Valencia), a la que abrillantaron incardinándola en unas andas hechas con tablones de castaño procedentes de Junquera, del mismo lugar donde, según la tradición, se apareció la Virgen de Valdeflores diciéndole al criado de Juan Fernández Aguiar: “Cava y no me hieras; marcha y dile a tu señor que venga a sacarme de aquí”.


La Cofradía del Rosario estrenó, en el citado año, el Paso de la Dolorosa al Pie de la Cruz, obra de Modesto Quiles, regalada por el vivariense don José Pérez Menor. Del dicho y laureado Tena son las imágenes de María Magdalena, donada por doña Esperanza Fernández Mosteiro de Dopico, y San Juan, adquirido por suscripción popular. Gracias a los desvelos del coadjutor don Manuel Fernández Cao, se logró que Tena se decidiese a ejecutar la talla del Cristo Yacente que, por no figurar su plasticismo en la casa, fue Vivero la población española que estrenó esa imagen.
El escultor tuvo un especialísimo interés por complacer a los peticionarios y, durante una temporada, hizo estudios anatómicos de cadáveres en el hospital de Valencia, por lo cual, el Santo Cristo tiene un tremendo realismo en la actitud del semblante, en las heridas producidas por los clavos y en el colorido de la imagen.


Como un marinero de Vivero contó a los convecinos una vez que el mismo se recuperó de una súbita enfermedad que le aquejó en la ciudad del Turia), las exploraciones que aquel le veía hacer al Sr. Tena, a los cofrades les llenó de curiosidad el acierto o desacierto médico que deberían contabilizar a Tena. Precisamente, valiéndose de don Jesús Noya, la directiva de la Ilustre Cofradía del Rosario pidió a don Roberto Novoa Santos, en 1.915, que era muy amigo de nuestro Cronista Oficial, dictamen respecto al acierto anatómico del escultor en el diseño y realización del tronco y extremidades del Cristo Yacente.


Examinada la talla, en medio de la delirante y angelical expectación propia de la época y del entorno vivariense, fue calificada por el maestro compostelano y autor del libro Patografía de Santa Teresa de Jesús, de “feliz reproducción en madera de esos hombres atléticos que ingresan en los hospitales acuchillados en el costado y vacíos de sangre”.


Esta innegable apreciación inspiró pretextos para preciosas juergas místicas… algunas con incensario y Te Deum. Pero la imagen en sí, tan incitadora al recogimiento, inunda de devoción a los cristianos y da musa a prosistas y versificadores.
Muchas veces recité una de las estrofas alejandrinas del poema que le dedicó Justo Núñez –el poeta de los Fernandillos–, autor de Luciérnagas, y que leyó en 1.913 con motivo de la fiesta de exaltación de la Santa Cruz al inaugurarse la Juventud Católica de Vivero:


Me he postrado ante el Cristo de angustiosa faz pálida
que exánime en la cruz sus brazos tiene abiertos.
El de lácia melena y de figura escuálida
con los ojos ocultos por los párpados yertos.


8.— LO DE AHORA.

(Y ahora un paréntesis para glosar, galopando por el intervalo que cubre de 1.908 a 1.944, la obra de nuestros días, en la que no citaré nominalmente a persona alguna, porque, por fortuna, excepcionando al Hermano Mayor Lino Grandio Carballeira y otros tres o cuatro directivos más, los propios protagonistas a sus hijos, me estarán escuchando).


Terminada la guerra de 1.936, las gentes se reinician en sus tareas, entre cicatrices o ilusiones. Y como siempre, los vivarienses nos adentramos en nuestra mismidad; y, de nuevo, tenemos necesidad de acurrucarnos en el hábito permanente de religiosidad que nos transmitieron los antergos.
La V.O.T. adquiere nuevos bríos. En 1.944 surge la Cofradía del Santo Cristo de la Piedad; le sigue su filial El Prendimiento, que estrena su paso por las calles en el año 1.947, siendo esta obra debida al escultor santiagués Sr. Rivas, al igual que lo es la del Santísimo Cristo de la Piedad; también lo es La Borriquita, en la que Jesucristo hizo su triunfal entrada en Vivero en el año 1.948.


Este año es el espaldarazo al resurgimiento del sistema innovador implantado en Vivero.
A modo de ejemplo en ese año -1.948-, la Cofradía del Santísimo Cristo de la Piedad cuenta en su pro con un Cuadro de Honor. Para más comprensión citaremos a sus componentes. En ellos figuran don Fernando Quiroga Palacios (mayordomo honorario), don Jesús de Cora y Lira (hermano mayor honorario), don Ramón Canosa Suárez (hermano mayor honorario), don Silvestre Rúa Rodríguez (cofrade protector) y don Eusebio Valdés Pastor (hermano mayor honorario de la Hermandad del Prendimiento).


Y al calor de estas dos cofradías surgieron la de las Siete Palabras y la de la Cruz Desnuda, habiendo traído aquella predicadores tan afamados, como el canónigo-magistral de la catedral de Valladolid don Marcelo González Martín.


Así pues, la élite de actos piadosos que se celebran en Vivero desde el Domingo de Ramos al Domingo de Resurrección forma un rosario con unos eslabones religiosos muy difíciles de enmarcar en un cuadro de preferencias.
No obstante, por similitud al Vía Crucis del siglo XIII, quiero terminar evocando un acto que bien podría  estimarse como la prolongación de aquella manifestación popular en el medioevo, que acudió desde los aledaños de la iglesia del señor Santiago al atrio de Santa María: es el Encuentro y las tres Bendiciones.


A Santa María llega el Nazareno después de haber caído dos veces en la plaza. Su teórico camino, ascendiendo por la calle de la Amargura, es el del condenado a muerte que va sufrir pena inapelable. Sobre El gravita inconmovible sentencia de muerte por delito de sedición. Y aquel Hombre, que había curado a ciegos, sordos, mudos, paralíticos y resucitado muertos está solo. Sus correligionarios, o lo negaron o lo abandonaron. Solo tuvo un camarada fiel: San Juan. También contó con una mujer que, desafiando a la autoridad de los césares y a las posibles represalias del Gobernador de Roma, rompió, en medio de la multitud, para secar el rostro de un semejante que portaba la cruz donde iba ser colgado.
Estos son los dos personajes ajenos a su estirpe que acompañan a Jesús, mientras los vivarienses van rezando el Rosario. San Juan, está atónito. Y la Verónica enseña el rostro del Redentor en un primoroso pañuelo, donde la sangre le reproduce los rasgos faciales.
También está la Madre del Verbo que se hizo Carne, que llora el ver agónico a su Hijo. Y las madres de Vivero, teniendo en brazos a sus pequeñuelos, les dicen: Reza meu filliño que chora a Virxen.


Por fin, el Cristo das Penas cae por tercera vez. La campana grande de la parroquia toca a muerto. La pequeña del convento le responde languideciente. La plaza de Santa María es un templo de oración.
Y aquel Cristo muerto, aún bendice al pueblo de Vivero, a sus autoridades, a los labradores, a los marineros, a los emigrantes, a las monjitas que están nerviosas en las celosías…

9.—LAS CONCEPCIONISTAS FALTARON AL ENCUENTRO.

Pero estás, un año, no estuvieron en El Encuentro.
Una concepcionista había sido amanuense de la crónica de la catedral de León y, de tanto mover los tumbos e infolios, tenía la mano derecha más desarrollada que la izquierda. Ingresó en aquella ciudad en el convento de la Inmaculada; desde allí vino destinada a Vivero para escribir la historia de nuestras concepcionistas, ya que el curriculum desplegado en la ciudad revestía gran importancia para la Congregación.


Este convento no estaba terminado en 1.608, y su asentamiento definitivo se colma en el terreno que antes ocupaba la capilla de San Martín de Rúa Cuberta. Vinieron a poblarlo cuatro religiosas de Santa Clara de Oviedo y, antes de ir a sus recientísimas celdas, se alojaron en una casa inmediata propiedad del Dr. Quirós, conocida por Casa das Belgas.


Y fue esta monja de amplia mano derecha la que estampó (según subraya el autor de los Periódicos de Vivero, Gerino Núñez), en su libro de rezos “salió esta comunidad el día 14 de enero de 1809, entre las nueve y las diez de la noche, y volvió el 18 de julio del mismo año por la guerra francesa”.
Antes de su exclaustración, las monjas enterraron las alhajas de la iglesia en un agujero próximo a una alcantarilla; en los alrededores del evacuadero dejaron conejos destripados, gallinas ciegas y gatos muertos, así como huevos podridos para hediondez de los invasores y ambiente de andrajos; no obstante, aunque recobraron las piezas, el ácido úrico ennegreciera la plata. En la farmacia de los Casariego, cuando don Emilio era apenas un estudiante, se limpió un cáliz que, por su pinta negruzca y permanente, lo conocían las monjitas por “o cáliz de ferro”.

10.— EL ENCUENTRO TRIUNFAL.

Dos días después de este Encuentro de Muerte, acaece el Encuentro de Resurrección: Es el de la mañana de Pascua. Hay repique de campanas que tiñen de alegría, al decir del sacerdote vivariense don José Pérez Barreiro, a la procesión eucarística. Este repique es también la contraseña para el relax del Benigno Santano, Catán, Xanás, Purifica, etc. Y Vivero está de gala porque, conservando la misma tradición de policromía dominica que Tuy, Compostela y otras poblaciones, Cristo Resucitado se encuentra con su Madre en el atrio de Santa María frente al portalón del Convento. Son momentos en que en San Francisco está próxima la misa de once y cuadran, mejor que nunca, aquellos versos de Luz Pozo Garza, tan musitados en este templo y que utilizaré como himno de homenaje al Dios Facedor y al hombre que lo creó libre:
¡Gloria al Divino Cordero!

 

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