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--- Semana Santa Viveiro ---

Semana Santa Viveiro

Publicado 08/03/12 y 06/02/14

SEMANAS SANTAS DE ESPAÑA(V) SALAMANCA

Inicio de las cofradías

Hay que remontarse al año 1240 para encontrar lo que, en cierto modo, puede ser la fuente de la Semana Santa salmantina en cuanto a cofradías penitenciales y sus procesiones.

En ese año se erigió en nuestra ciudad una congregación de disciplina, los "Hermanos de la Penitencia en Cristo", que fundaron una ermita con advocación de la Santa Cruz en el Campo de San Francisco y también un hospital para enfermos. Es de las Congregaciones más antiguas de España.

Más tarde, ya en el siglo XVI, se constituye la Cofradía de la Santa Cruz. En 1525 esta cofradía se unió la de la Purísima Concepción.

Después del siglo XVI es cuando se van organizando más cofradías: la de Jesús Rescatado, en 1689 aunque esta tiene antecedentes en la Cofradía de la Santísima Trinidad en 1198; la de Jesús Nazareno, en 1696, que tendrá enfrentamientos con la de la Cruz pero que después terminará todo en concordia.

Aquellas cofradías tenían una tónica dominante, su proyección social y de caridad: hospitales, imprentas, enfermos, ajusticiados. Con este último fin fue creada por el gremio de los zapateros, la Hermandad de Nª Sª de la Soledad, que posteriormente se fusionaría con la Cofradía de San Crispín y San Crispiniano.

Origen de la Junta Permanente

A principios del siglo XX, más concretamente en 1.927, se funda la Seráfica Hermandad del Cristo de la Agonía, creada por el gremio de Comercio de esta ciudad. Tendrían que pasar varias décadas para que, posteriormente a nuestra contienda civil, se creara el grueso de las cofradías que componen nuestra Semana Santa: Hermandad Dominicana, Hermandad del Cristo del Perdón, Hermandad de Jesús Amigo de los Niños, Hermandad de Nuestro Padre Jesús Flagelado, Hermandad de los Excombatientes, Hermandad de los Médicos y Hermandad de Jesús de la Promesa.


Logotipo primitivoDurante los años cincuenta y sesenta, la Semana Santa salmantina conoció sus mejores momentos. Posteriormente se tuvo la desgracia de que tres de sus hermandades desaparecieran (Cofradía de los Excombatientes, Cofradía de los Médicos y Hermandad de Jesús de la Promesa)

A principios de los setenta, más concretamente en 1971, se funda una nueva Hermandad: Hermandad del Cristo del Amor y de la Paz. Hasta la década de los ochenta se vive una situación caótica para nuestra Semana Santa, estando a punto de desaparecer alguna cofradía más de las ya existentes. La llegada de la década de los ochenta trajo consigo el afianzamiento de nuestra Semana Santa y la creación de las tres últimas cofradías salmantinas: Hermandad del Silencio, Real Cofradía de Cristo Yacente y Hermandad del Vía Crucis.

Actualmente, la Semana Santa de Salamanca está en una situación de realce constante y afianzándose en el mantenimiento de su tradición. Todas estas Hermandades forman la actual Junta de Cofradías, Hermandades y Congregaciones de la Semana Santa de Salamanca, que es sucesora de la Junta Permanente creada a principios de 1942.

Remodelación

En 1995, con la redacción de unos nuevos Estatutos, la Junta Permanente, pasó a denominarse como anteriormente se ha citado y a tener su primer presidente seglar. Anteriormente, la presidencia la ostentaba el Sr. Obispo de la Diócesis. La función que desempeña la actual Junta de Cofradías es la coordinar la Semana de Pasión, así como los actos culturales que, en colaboración con otras instituciones públicas y privadas, conforman los festivales de Música Antigua y Religiosa y El Pórtico de la Semana Santa, que se desarrollan previamente a la Semana de Pasión. Otras labores destacables que realiza la Junta son: la financiación de las restauraciónes, conjuntamente con las cofradías, de las imágenes procesionales, labores administrativas, divulgación de nuestra Semana Santa, asistencia a Encuentros y Congresos Nacionales y todo lo que contribuya al engrandecimiento de nuestra Semana Santa y de sus cofradías.

En el año 2002 y coincidiendo con la designación de Salamanca como Ciudad Europea de la Cultura, la Junta de Semana Santa organió el IV Congreso Nacional de Cofradías de Semana santa.

Ya recientemente, y en marzo de 2008, una nueva cofradía nace a la luz tras la elevación canónica de la Hermandad de Penitencia de Nuestro Padre Jesús Despojado, solicitando la integración en la Junta de Cofradías en septiembre de ese mismo año, por lo que actualmente son 16 las cofradías que conforman esta asociación.

Visita: http://www.semanasantasalamanca.es/

 

 

Publicado 05/02/14

Carteles Semanas Santas de España.2014. Medina del Campo

 

Publicado 05/02/14

800 años de la Peregrinación de Francisco de Asís a Santiago. Francisco de Asis su vocación.

Por espacio de dos años, el joven convertido de Asís vivirá la vida penitente de los ermitaños, pero alternando los ocios de la contemplación con los trabajos de la vida activa; se ocupará primero de la restauración de las iglesias derruidas y volará después a la soledad, en donde el rico metal de su alma se afinará y purificará como en crisol celeste.

Asistía cierta mañana al santo sacrificio de la Misa y oyó que el sacerdote leía estas palabras del Santo Evangelio: «No llevéis oro ni plata, ni dinero alguno en vuestros bolsillos, ni alforja para el viaje, ni dos túnicas, ni calzado ni bastón. Id y predicad el reino de Dios y la penitencia». Francisco descubre en estas palabras la fórmula del despojo total que su alma magnánima ansía. Teme, sin embargo, no haber debidamente comprendido el alcance del texto evangélico, y con su habitual prudencia y con un sentido católico ya muy seguro, suplica al celebrante después de la Misa que se lo explique. ¡Momento verdaderamente solemne en la historia de la Iglesia! El porvenir de Francisco, juntamente con la vocación de una gran Orden religiosa, dependen de la respuesta que va a dar un simple sacerdote de aldea!... La respuesta fue tan a la medida de los deseos de Francisco, que no bien la hubo oído exclamó lleno de júbilo: «Esto es lo que yo quiero, esto es lo que yo busco, esto es lo que en lo más íntimo del corazón anhelo poner en práctica» (1 Cel 22). De esta exclamación espontánea, que nos ha sido conservada por Celano, se colige claramente que, a partir del momento en que fue favorecido por la visión del Crucifijo, un nuevo ideal germinaba lentamente en su alma, ideal que ni la vida de los benedictinos, ni la de los ermitaños, ni la de los religiosos consagrados al cuidado de los leprosos -de los que tantos ejemplares podía contemplar en su derredor- satisfacían plenamente. En ninguna de dichas profesiones hallaba Francisco el tipo de la imitación integral de Cristo, a que su corazón aspiraba. El texto evangélico que acaba de oír es un nuevo rayo de luz; en él descubre la fórmula decisiva de su ideal, que se resume y se realiza en la pobreza más extrema por amor y a ejemplo de Jesús.

Con su natural espontaneidad se despoja de sus hábitos de ermitaño, se quita el calzado, arroja su bastón y se viste con una túnica grosera; cíñese el cuerpo con una cuerda y comienza a predicar el Evangelio.

Esta prontitud en ejecutar sin demora sus pensamientos, ¿no constituye acaso un defecto de carácter? San Francisco, ¿no es por ventura todo entusiasmo y emotividad, un idealista sin contacto con la realidad, un impulsivo, en fin, cuyos actos proceden más del sentimiento que de la reflexión? Cierto que tuvo ensueños e ilusiones, pero nunca perteneció a ese tipo de soñadores alucinados, víctimas de su imaginación, que se lanzan en pos de una idea que de pronto les seduce para abandonarla luego por otra más atrayente que la primera. Sino que Francisco obra siempre con una perfecta continuidad de pensamiento, sigue siempre la misma línea y procede con exquisita prudencia; examina sus impresiones y jamás toma una decisión sin haber antes recibido luces ciertas o haber seriamente reflexionado, orado, consultado y experimentado.

Durante el rudo trabajo de su transformación espiritual, conserva con su natural vivacidad las preciosas cualidades de que ha dado prueba en la casa de Pedro Bernardone, y con su embelesador frescor los dones de naturaleza. Conservó, como hemos visto, su gentil cortesía para con sus antiguos camaradas; en la solitaria gruta en que, mal defendido, se oculta contra el furor de su padre, conserva su alegría (1 Cel 10) y su habitual buen humor en medio de los insultos (1 Cel 11 y 16; 2 Cel 12). Ni la fatiga de los rudos trabajos a que se somete, ni el hambre, ni las intemperies, ni las burlas de sus conciudadanos, ni la reclusión con que su padre le castiga, son parte para doblegar su robusto optimismo. En medio de todas estas pruebas -la más terrible de las cuales fueron, a no dudarlo, las lágrimas, ternuras y caricias de su madre (1 Cel 13)- jamás abandonó el señorío de sí mismo. Si cede un instante, se repone en seguida (1 Cel 10; 2 Cel 13); cuanto más ruda es la pelea, mayor es su intrepidez (2 Cel 11-12). Testigo es de su elevación de miras, del vigor y energía de su alma, la renuncia tan espontánea, tan generosa, tan entusiasta, a los bienes de su padre (2 Cel 12). ¡Y qué tierna delicadeza de corazón la de este joven convertido, que pide la bendición de un pobre para consolarse de las maldiciones de su padre! (2 Cel 12).

Los temperamentos preferentemente nerviosos, al choque de emociones semejantes a las que sufrió Francisco, se desequilibran; las almas débiles se desasosiegan y pierden la serenidad. Son incapaces de coordinar las nuevas ideas que en ellos surgen; viven en la confusión, siempre prontos a fingir y disimular, divididos entre temores, quejas y lamentos, esperanzas y veleidades. No pueden imponerse a sí mismos, vencer y desechar las costumbres contraídas que no estén en armonía con el ideal y los sentimientos nuevos.

Nada semejante se observa en el alma de Francisco. La violencia del choque no produce ningún desorden, ninguna anarquía interior. Hay lucha, pero no desequilibrio. Su conciencia no abdica ni el derecho ni el deber de inspección y crítica. Él es la misma sinceridad; la menor hipocresía o fingimiento le causa horror.

Cuando, movido a piedad el sacerdote de San Damián por la paciencia y energía que Francisco desplegaba en la restauración de su iglesia, le trataba con benignidad y consideración, preparándole cada día bien condimentados platos, Francisco, reflexionando sobre sí mismo, se dijo: «Mira que no encontrarás donde quieras sacerdote como éste, que te dé siempre de comer así. No va bien este vivir con quien profesa pobreza; no te conviene acostumbrarte a esto; poco a poco volverás a lo que has despreciado, te abandonarás de nuevo a la molicie. ¡Ea!, levántate, perezoso, y mendiga condumio de puerta en puerta» (2 Cel 14). Nada hay en la vida de nuestro Santo que más claramente y con una concisión más sorprendente que esta escena nos revele la vivacidad de su imaginación, la lógica y la seguridad de su juicio, la clarividencia y rectitud de su conciencia y la magnánima simplicidad de su alma, juntamente con la energía, el tesón y la constancia de su voluntad.

Por lo que a la inteligencia se refiere, nada puede atestiguarnos mejor su fuerza y su vitalidad que la poderosa síntesis mental operada en el curso de las diferentes etapas que le conducen de la conversión a la vocación. El nuevo ideal, que arraiga más y más en su alma a medida que el amor de Jesús toma posesión de ella, destierra todas las ideas preexistentes que no le convienen y adopta aquellas otras que -ayudándose mutuamente- puedan contribuir entre sí a formar un conjunto coherente y armónico.

Hábil y prudente mercader, abandona la idea de lucro y renuncia al comercio; amante de los placeres y del bienestar, sacrifica las alegrías mundanales, huye las fiestas, el lujo y la ostentación. Pero amará siempre y venerará con profundo respeto la vida y la naturaleza. A partir del día de su conversión, el mundo no se presenta ya a sus ojos desagradable y falto de belleza, ni cae tampoco en el pesimismo; continúa siendo poeta y se hace el cantor de las criaturas, cuya belleza es algo así como un destello del Creador; más tarde considerará a sus discípulos como "juglares de Dios". Cuando los bandoleros le arrastran con saña sobre la nieve, se levanta jubiloso, cantando las alabanzas del Señor y diciendo a voz en grito: «Soy el heraldo del gran Rey» (1 Cel 16). Su carácter era caballeroso, y Francisco sigue siendo caballero. Es más, desde ahora concibe el servicio de Cristo a la manera de un ejercicio de caballería (5), que él sabrá cumplir con la fidelidad, lealtad, denuedo y valentía de un paladín. Sus frailes serán los caballeros de la "Tabla Redonda" y él no cesará ni un instante de defender la causa de su dama la Pobreza ni de pasear por doquier los colores de su bandera.

Poeta por las finezas de su sensibilidad y las riquezas de su imaginación, Francisco era caballero por su grandeza de alma y ermitaño por su ardiente amor a la soledad; al convertirse en apóstol y fiel imitador de Jesús crucificado, continúa siendo amante de la soledad y contemplación, caballero y poeta.

 

Publicado 07/03/12 y 05/02/14

SEMANAS SANTAS DE ESPAÑA(IV). VALLADOLID

Visita: http://www.jcssva.org/

 

 

Publicado 03/02/14

800 años de la Peregrinación de Francisco de Asís a Santiago. Francisco de Asís su conversación

Apenas había llegado Francisco a Espoleto, cuando inesperadamente interrumpió su expedición. ¿Había acaso tenido noticia de la muerte de Gauthier de Briena (junio de 1205)? ¿Le ayudó tal vez a justipreciar la vanidad de la gloria humana el desengaño y decepción producidos por semejante noticia?...

Cierta noche oyó, mientras dormía, una voz que con inefable dulzura le llamaba por su nombre, invitándole a seguir al único verdadero Señor. «¿Qué queréis que haga, Señor?», respondió él como San Pablo en el camino de Damasco. Y la voz misteriosa continuó: «Vuélvete a la tierra de tu nacimiento, porque yo haré que tu visión se cumpla espiritualmente». Y sin la menor tardanza regresó a su patria (2 Cel 6).

Hasta la fecha Francisco había tenido dividido el corazón entre las preocupaciones de los negocios y las frivolidades de los festejos. Sólo de la teofanía de Espoleto datan los orígenes de su conversión. El sentimiento religioso, muy poco desarrollado desde su adolescencia y hasta debilitado con el continuo ajetreo de los quehaceres comerciales y frívolos pasatiempos, comienza ahora a revivir en su alma. Poquito a poco, de la creencia y práctica comunes a los cristianos de su ambiente y de su tiempo, pasa a una fe muy viva y sencilla, que le muestra más allá de cuanto hace a la vida agradable, dulce y brillante, lo que la rinde verdaderamente grande, fecunda y noble. Este sentimiento se manifiesta luego en su desinterés progresivo del negocio, en el gusto de la oración y meditación en la soledad, y en su mayor generosidad para con los pobres. Rudo combate se alza en su corazón: el porvenir se le presenta todavía incierto. Francisco busca una solución. Se recoge a orar en las capillas desiertas y en las cuevas solitarias de la campiña de Asís. Ahora comprende el verdadero significado de la vida y llora los errores de su conducta pasada. El temor de los juicios de Dios y el arrepentimiento de sus faltas y extravíos invaden su corazón. Francisco ora e implora el perdón del cielo y la luz necesaria para conocer su camino. Y en su alma así preparada se produjo el choque divino, que hizo brillar ante sus ojos rompientes de luz nunca vistos.

Tócanos examinar aquí un episodio de su vida, el cual, con ser y todo poco observado, da, sin embargo, a la espiritualidad de San Francisco su carácter peculiar y distintivo. Es de tal importancia este episodio, que el mismo Santo, antes de morir, quiso resumirlo en las primeras líneas de su Testamento con estas palabras: «El Señor me dio de esta manera a mí, hermano Francisco, el comenzar a hacer penitencia: porque, como estaba en pecados, me parecía extremadamente amargo ver a los leprosos. Y el Señor mismo me condujo entre ellos, y practiqué la misericordia con ellos. Y al apartarme de los mismos, aquello que me parecía amargo, se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo».

Francisco confiesa, pues, haber comenzado a hacer penitencia después de haber recibido de Dios la fuerza necesaria para vencer la repugnancia que los leprosos le causaban. Ahora bien, ¿qué gracia fue ésta y en qué circunstancias le fue concedida? San Francisco guardó el secreto sobre este particular, y Tomás de Celano no es mucho más explícito en su Vida primera. Solamente nos dice que después de fervorosa plegaria Francisco supo por revelación divina cuanto debía hacer y que esta respuesta hinchó de amor y gozo su corazón (1 Cel 7). En la Vida segunda, empero, para precisar la respuesta emplea las mismas palabras dirigidas al Santo: «Francisco -le dice Dios en espíritu-, lo que has amado carnal y vanamente, cámbialo ya por lo espiritual, y, tomando lo amargo por dulce, despréciate a ti mismo, si quieres conocerme, porque sólo a ese cambio saborearás lo que te digo» (2 Cel 9). Por último, San Buenaventura, al narrarnos en su Leyenda Mayor esta memorable escena, como explicación de la gesta heroica llevada a cabo por Francisco cuando estampó en la frente del repulsivo gafo el ósculo de paz, nos cuenta todos los pormenores de la misma: «Sucedió, pues, un día en que oraba de este modo, retirado en la soledad, todo absorto en el Señor por su ardiente fervor, que se le apareció Cristo Jesús en la figura de crucificado...». Y Jesús le habla y le hace el llamamiento que en otro tiempo dirigiera a los Apóstoles: «Si quieres venir en pos de mí, niégate a ti mismo, toma tu cruz y sígueme» (LM 1,5). Las palabras reproducidas por San Buenaventura no son, es verdad, idénticas a las de Tomás de Celano, mas, sin género de duda alguna, se trata, del mismo hecho, ya que en entrambos autores, al igual que en el Testamento, el mismo consejo de la abnegación total preludia la caridad de Francisco para con los leprosos.

Esta dolorosa visión -anterior al habla milagrosa de San Damián, con la cual no debe confundirse- conmovió hondamente las fibras más delicadas del corazón del joven Francisco, e inmediatamente los ardores del amor divino rebasaron su alma, le colmaron de una alegría imposible de contener e hicieron nacer en él la idea del propio renunciamiento, primer peldaño de la escala de la perfección cristiana. Y ésta no era una idea fría y abstracta, era la idea, o mejor aún, la imagen del renunciamiento encarnado, viviente y palpitante en la visión de Cristo -víctima de caridad-, imagen que impregna su sensibilidad e invade su corazón de un vivo sentimiento de amor. El ideal del amor divino, obrando y revelándose mediante la práctica de las virtudes de pobreza y humildad, acaba de manifestarse a su alma: «Revistióse, a partir de este momento, del espíritu de pobreza, del sentimiento de la humildad y del afecto de una tierna compasión» (LM 1,6).

No obstante, no veía aún con toda claridad el porvenir de su vocación; era solamente una indicación más precisa y concreta de las luchas y batallas que tendría que empeñar consigo mismo para responder al llamamiento de Dios. Pero la idea de sacrificio que han despertado en él la visión y las palabras de Cristo se le presenta como algo que infunde espanto a su naturaleza. Él deberá arrostrar las estrecheces y humillaciones de la pobreza, e instintivamente se pregunta si tendrá valor para ello... Resueltamente toma la decisión de probar hasta dónde llegan sus fuerzas, y al efecto repite una y otra vez sus visitas a los leprosos, cuya sola vista -como hemos observado ya- le causaba náuseas (2 Cel 9; LM 1,6). Él huye la compañía de los camaradas que le invitaban con insistencia a que empuñara de nuevo el cetro de mando de la juventud, pero no rehuye desairadamente el honor que se le ofrece. Sus austeras meditaciones no le habían hecho olvidar las leyes de la cortesía, y a trueque de no ser tildado de avaro, acepta una vez más la presidencia de las diversiones juveniles. Su corazón, sin embargo, se elevaba ya muy por encima de aquellos pasatiempos. «Y bien, Francisco -le dicen sus amigos-, ¿tratas acaso de emprender tus expediciones guerreras o has, por ventura, pensado casarte?» «De ninguna manera -respondía él-; yo no partiré ya para Apulia, sino que permaneceré aquí, en donde, después de cumplir muy brillantes hazañas, elegiré por mía a la más noble y más hermosa de las doncellas» (1 Cel 7; 2 Cel 7).

¡Fue aquel día el último de sus fiestas! Las bulliciosas compañías no le volverán a ver; ya no se sentará más a la cabecera de los festines, ni hallará solaz y distracción en los encantos de los trovadores. Ahora busca la compañía y trato de los pobres y de los leprosos. Ni le contenta el socorrer con sus dineros a los sacerdotes necesitados, ni le satisface el despojarse de sus ricos vestidos y trocarlos por los harapos con que se cubren los menesterosos; él mismo emprende el aprendizaje de la pobreza. Durante una peregrinación a Roma, se pierde entre la multitud de mendigos, y, como ellos... extiende su mano (2 Cel 8; LM 1,6). Haciendo lo cual -sin tener conciencia de ello- obra en conformidad con los postulados de la ciencia de los psicólogos, quienes deseosos de concebir los sentimientos conformes a sus ideas, empiezan por practicar los actos.

Pero aún le falta dar un paso, el más temible de todos, para "salir del siglo" y llegar a la renuncia total. Su alma, purificada por los combates que ha tenido que sostener contra el orgullo y la natural sensualidad, está preparada para recibir nuevas comunicaciones divinas.

En la soledad de la semiderruida iglesia de San Damián contemplaba Francisco amorosamente una pintura de Cristo crucificado, cuando oyó una voz que, proviniendo de la santa imagen, le decía: «Levántate, Francisco, y repara mi casa, que se derrumba». Sobrecogido de espanto, respondió: «Tú sabes, Señor, con cuánto gusto satisfaré yo tu deseo». E interpretando literalmente la orden recibida, una vez recobrado del asombro, se pone a disposición del sacerdote de San Damián, va a Foligno, vende un lote de paños y entrega el precio al administrador de la capilla (2 Cel 10.11; 1 Cel 8.9; LM 2,1).

La impresión producida por la voz de Cristo Crucificado ha sido tan honda que jamás el tiempo logrará borrarla de su memoria. Le parece que su renunciamiento no es todavía completo ni guarda proporción con los subidos quilates de su amor. Permanecerá, pues, al lado del sacerdote de San Damián, trabajará en la restauración de la capilla, transportará sobre sus delicados hombros las pesadas piedras y mendigará en la ciudad aceite para la lámpara del Santísimo Sacramento.

Francisco será la mofa y el escarnio de la ciudad de Asís.

Entonces comenzaron con dureza, muy explicable por cierto, las persecuciones de parte de su padre. Grandemente enojado éste por la transformación obrada en la conducta de Francisco, lo colma de coléricos denuestos y malos tratos, lo encierra en una obscura habitación, e incapaz de doblegar su constancia, lo cita ante el Tribunal de los Cónsules. Pero el joven, resuelto tal vez desde ahora a abrazar la vida eremítica, niega su competencia, por lo cual Pedro Bernardone se ve obligado a citarlo ante el Tribunal del Obispo. Allí, en plena posesión de sus facultades, Francisco abdica la herencia paterna, proclama la rotura de los lazos que le ligaban al mundo, y sale triunfador de los dolorosos combates que ha tenido que afrontar por obedecer la voz de Jesús Crucificado (1 Cel 10-15; 2 Cel 12; LM 2,2-4). Su conversión es completa (año 1206).

Resumen.- La visión de Espoleto, que despierta en su alma el sentimiento religioso; las palabras del Crucifijo, que le hacen pasar del temor y dolor al amor y entrever el ideal del propio renunciamiento; la heroica abdicación de la herencia paterna, que le separa definitivamente del mundo, tales son las sucesivas etapas de la transformación espiritual de Francisco Bernardone.

 

 
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