Publicado 30/03/14
Hilos de Oro
Los orígenes
El arte de bordar en oro, según estudios diversos, tiene sus orígenes en la época en que los musulmanes poblaban nuestras tierras. Debido a la delicadeza del material el paso del tiempo no nos ha permitido disfrutar de tales obras de las que sólo tenemos testimonio por medio de documentos que atestiguan los encargos, artesanos o el fin de las mismas. Tal herencia fue transformándose del primitivo uso suntuoso para decorar viviendas o palacios, al religioso que conocemos hoy en día, pasado por la ejecución de estandartes, banderas y pendones usados en las batallas. El siglo XVI es el de mayor esplendor del bordado en España, donde se empiezan a notar los notables avances en medios técnicos. Fundamentalmente las piezas de esta época que se conservan hoy en día son de carácter religioso, para uso en ceremonias rituales. Poco a poco se va introduciendo la idea de hacer “vestidos” a las imágenes. Los encargos provienen sobre todo de las catedrales más importantes no sólo de España sino también del resto de Europa. La bonanza económica y la estabilidad política de la época influyó en gran medida al buen desarrollo de un arte que, aún hoy en día, es considerado un lujo. El estilo predominante es el gótico.
En la época del barroco, el cambio fundamental es, por un lado, el fin mismo por el que se ejecutaban los bordados; y por otro el cambio de tendencia en cuanto a motivos ornamentales. En cuanto a esto último se sustituye la imaginería por los motivos vegetales adquiriendo lo ornamental una importancia que relega a un segundo plano cualquier otro ideal artístico. El Concilio de Trento es el promotor del uso catequético de estas piezas y simbólico de los motivos que ahora empiezan a bordarse. Si bien la técnica no varía sustancialmente, su uso se enfoca ahora a conseguir mayores relieves, volúmenes y movimientos en un intento de imitar o competir con la orfebrería.
Ya en el XVIII, con la subida al trono de la dinastía de los Borbones, el estilo barroco siguió imperando durante la primera mitad del siglo, siendo a partir de la segunda mitad cuando empieza a introducirse el estilo rococó con la rocalla como motivo fundamental y el intento de sorprender al que lo admira, quedando los tejidos bordados prácticamente en su totalidad, abundando las líneas curva y entrelazadas. Fue un estilo menos duradero en el tiempo ya que a finales del siglo se empiezan a hacer las primeras piezas de estilo neoclásico, caracterizado por su frialdad y sobriedad y surgido como contraposición de los excesos y el gusto recargado de los dos anteriores estilos.
Durante la primera mitad del XIX se siguen mezclando el esplendor del neoclásico como corriente renovadora, con aquellos que siguen con los estilos tardobarroco y rococó, más anclados en época anteriores. Destacar la aportación de nuevo temas iconográficos que introducen gran cantidad de nuevos elementos decorativos y simbólicos: la paloma, el Cordero Místico, el pelícano, la espiga de trigo y la vid, la heráldica, el sol, la luna y las estrellas, etc. En la segunda mitad del siglo es cuando el bordado cofradiero empieza a diferenciarse del litúrgico, surgiendo una individualización de un arte creado expresamente para engrandecer la Semana Santa. Destacar también en esta época el cambio radical que supuso el uso de nuevos colores, saliéndose así de los usados hasta el momento: el negro y el morado. Por supuesto todos estos “nuevos” colores van cargados de simbolismo y significado como cada uno de los motivos usados en la época.
Pero si hay algún nombre propio que debe ser destacado, es el de Juan Manuel Rodríguez Ojeda (Sevilla 1863-1930). Se puede decir que durante su primera etapa, hasta 1900 siguió el camino más tradicional, siguiendo los cánones del romanticismo, propios de la época. Fue justo a partir de 1901 con la ejecución del manto de la Virgen de la Amargura de Sevilla el que marca una nueva tendencia en este bello arte. Además de los colores distintos del negro y el morado, como se ha dicho anteriormente, introduce nuevas formas a la hora de diseñar, modificando las líneas rectas por otras de grandes curvas y llenas de movimiento. Las piezas que componen el bordado son de menor tamaño y llenas de detalles, distribuidas de forma simétrica por toda la obra. No sólo destacó como bordador -de su taller salieron obras que hoy en día son admiradas como únicas y auténticas obras de arte- sino que también desarrolló su labor artística como diseñador de enseres, túnicas, uniformes y hasta cultos, llegando a suponer una auténtica revolución en la época y convirtiéndose en el artífice de no pocos elementos que hoy tenemos en cada una de nuestra Hermandades. Por ello se puede hablar de una época prejuanmanuelina y la actual en la que hasta la forma en que hoy vestimos a nuestras dolorosas viene influenciada por la ingente labor que hizo para engrandecer las cofradías de Semana Santa.
La técnica
Cuando hablamos de bordado en oro nos referimos a un tipo de bordado único en su género, ya que es la única labor en la que el hilo con el que se borda nunca de enhebra en la aguja. Esta peculiaridad es debida a dos motivos fundamentalmente: en primer lugar, el elevado predio del material hace que se busque la forma en que todo el hilo que se use quede a la vista y no en la parte trasera como ocurre con el resto de tipos de bordado o técnicas de aguja. En segundo lugar, el hilo de oro, al ser metálico sufre bastante con el roce y acabaría rompiéndose si tuviese que atravesar los tejidos sobre los que se borda.
Básicamente podemos decir que el bordado en oro consiste en “rellenar” la superficie de una pieza con hilos metálicos fijados por medio de otro hilo (éste es el que se enhebra). Los sitios donde demos las puntadas o el tipo de hilo que utilicemos darán a cada pieza un aspecto distinto que irá en función del lugar que ocupa en la obra, tamaño, forma, etc.
En cuanto al hilo en sí, hay una gran variedad de ellos dependiendo de su acabado (brillo o mate, rugoso o liso), su grosor, y la forma en que está hecho (retorciendo varios cabos finos, entrelazando dos tipos, etc), pero suele ser un hilo metálico bañado en oro. El hilo no puede ser entero de oro, además de por su precio, por la fragilidad del metal. Para ello se usan hilos de cobre o plata bañados en oro. A estos hilos se le denomina de calidad entrefino y fino respectivamente.
Si nos centramos en la técnica, existen una gran variedad de puntadas que determinan los dibujos que podemos observar en una pieza bordada, formando picos, curvas, “ladrillos”, rombos, etc. Además de estas puntadas existen otras técnicas (cartulinas) que consisten en cubrir una pieza más o menos rígida dando puntadas tan sólo en el contorno de la misma, obteniendo el efecto de una pieza cubierta de hilo pero sin puntadas por dentro. También hay un hilo especial (hojilla u hojuela), plano, muy brillante, cuyo uso es muy complicado pero que produce un efecto como si la pieza bordada fuera realmente metálica y maciza.
El proceso de bordar una pieza consta de una gran cantidad de pasos, cada uno con su complejidad y pequeños secretos que hacen que el resultado final de la obra sea el mejor posible. Desde el diseño hasta la confección final pasando por recortar, fijar, perfilar, enriquecer, etc. Este extenso proceso creo que se sale de una primera aproximación a este arte.
Además de los hilos mencionados, se usan otros materiales metálicos como lentejuelas, huevecillos, mostacillas o canutillos cuyo fin fundamental es el de enriquecer las piezas, aportar nuevos efectos o conseguir resultados más efectistas. También es frecuente la combinación de hilos de seda para matizar flores u otros motivos vegetales.
Existe otra técnica, llamada de aplicación o recorte que consiste en realizar las piezas y motivos con una tela dorada llamada tisú. Luego se ribetea y enriquece de forma similar a como se hace con las piezas bordadas con hilo de oro. Dependiendo de taller que lo haga o incluso del presupuesto con que se cuente este tipo de bordado puede parecerse bastante al bordado en oro, llamado de realce. Es sin duda una técnica totalmente artesana y laboriosa pero por los materiales empleados y por las diferencias en cuanto a su ejecución dista bastante de la que pretende imitar. En todo caso no debe ser denostada pues es como una evolución de los antiguos bordados de repostero usados antiguamente para hacer escudos heráldicos, pendones y colgaduras que podemos ver incluso hoy en día en instituciones oficiales. En Viveiro son algunos los enseres procesionales hechos con este proceso, de acertado resultado generalmente.
Los bordados de Nuestra Señora del Camino de la Luz
El año pasado llega a Viveiro una Virgen llena de Luz, una Virgen mitad gallega, mitad andaluza, que desde el primer momento tiene la capacidad de “atrapar” a todo aquel que la contempla. Está rodeada de sus más celosos guardianes que la miman y custodian para que su halo mágico no se desvanezca: Antonio Espadas, su autor; Juan López, su vestidor y Francisco Berdeal, su obstinado conseguidor. Pensando en dotarla del esplendor que merece lucir la Madre de Dios, deciden encargar las vestimentas propias para la imagen. Tras muchas conversaciones en las que vamos adaptando y conjugando el estilo de vestir en las tierras del sur con la marcada personalidad de la internacional Semana Santa de Viveiro llegamos al acuerdo de hacerle una saya y un manto para su salida del Domingo de Resurrección. La premura del tiempo no permitió que en su primer año luciera tales prendas aunque sí pudo admirarse con el manto aún sin bordar, dando ya un toque de singularidad personal. Este año será cuando podamos disfrutar a Nuestra Señora en todo su esplendor.
La saya está bordada sobre tejido de otomán de hilo de oro en color crudo. Tela noble hecha expresamente, pues tal color no es habitual en este tejido. Sobre el tejido observamos a modo de cenefa inferior diversos motivos vegetales distribuidos de forma simétrica llenos de movimiento curvilíneo, hojas de acanto y otros motivos vegetales. Destaca en el centro un ramillete de varas de azucena, símbolo de la pureza de Nuestra Señora, recogido por una lazada bordada en matizado de color morado. De las técnica se pueden observar las puntadas más comunes: zetillo, ladrillo, media onda, puntita, etc. La cinturilla está centrada por una llamativa concha del peregrino, en clara alusión a la tierra gallega y como símbolo del camino que hemos de seguir los cristianos guiados por la Luz de María Santísima. El borde de las mangas va a juego con la cenefa inferior de la saya, hecho con un doble galón bordado a mano, y jalonado de huevecillos de oro.
El manto, llama la atención en primer lugar por el color del terciopelo sobre el que ha sido bordado. El color azul, poco habitual en los elementos textiles de la zona, viene a aportar un toque de luminosidad y simbolismo mariano. El diseño consta de una cola bordada de forma simétrica con elementos vegetales, al estilo de la saya, con roleos, cardos, flores, tallos y otros elementos del barroco clásico. También presenta, como en la cinturilla, la concha del peregrino y, en la parte de arriba, el escudo de la Hermandad formado por la corona de espinas sobre la lanza y la esponja cruzadas bajo una sencilla cruz. Remata el conjunto un gran sol con una luna bordada en plata que junto con las estrellas que recorren toda la superficie del manto forman un cielo a nuestro alcance. Las esquinas de las vistas se rematan con unos sencillos motivos vegetales simétricos que serán la carta del presentación del manto cuando miremos a Nuestra Señora de frente.
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