Semana Santa vivariense de ayer y de hoy  
  
Por Juan Donapetry  
El ayer de la Semana Santa vivariense se remonta a! siglo XIV, en que las Cofradías de la Purísima Concepción y de la Vera Cruz, establecidas en el convento de San Fran­cisco, celebraban dos procesiones por las calles de la villa, el domingo de Ramos y el Jueves Santo.

Extinguidas estas antiguas Congregaciones, por fallecimiento de todos sus cofrades, la Venerable Orden Tercera, heredera de las obligaciones, efectos y alhajas de las mismas, restableció los cultos en el año 1733, y, por espacio de varias centurias, compartió con la ilustre Cofradía del Rosario o de los Nobles, instituida en el de­saparecido convento de Santo Domingo, la organización de los dramáticos pasos del Encuentro, del Descendimiento y los brillantes desfiles procesionales, a los que daban mayor realce la asistencia de las Comunidades de reli­giosos dominicos y franciscanos.

AI ser exclaustradas estas órdenes religiosas, en el año 1 835, la Semana Mayor fue languideciendo y sólo se celebraba en las dos iglesias parroquiales. A fines del pasado siglo, al renacer la secular Tercera Orden, tomaron nuevo incremento las ceremonias de la Pasión, que fueron en aumento en los primeros años del actual, al estrenarse varias imágenes de verdadero mérito, como son la Flage­lación, San Juan, María Magdalena, María al pié de la Cruz y el magnífico Cristo yacente.

El hoy de la Semana Santa de Vivero se presenta esplendoroso, por la pujanza, que, cual nueva savia, le infundieron las jóvenes y entusiastas Cofradía del Santí­simo Cristo de la Piedad y Hermandad del Prendimiento; la aportación de la parroquia de Santiago, el resurgir de la veterana Cofradía del Rosario y la novísima Hermandad de las Siete Palabras.
   
Cada año nos sorprenden gratamente estas bene­méritas Congregaciones, con la inauguración de un grupo escultórico o de una efigie, obras admirables todas ellas de la imaginería compostelana; con la mayor fastuosidad de las procesiones, la vistosidad del centurión y los sol­dados romanos y el lujo de los capuchones de los penitentes; con el derroche de iluminación eléctrica de los hachones v velas de los tronos, conectados con el alumbrado  público,  y con la  celebración  del sermón de las Siete Palabras en  la   Plaza   mayor,   enlutada   para   estaceremonia, por ser ya insuficiente el espacioso templo de San Francisco, para contener la muchedumbre de fieles, que acude devotamente a escuchar las palabras divinas, por boca de un grandilocuente orador sagrado.

Si comparamos el ayer y el hoy de estas solem­nidades religiosas, hemos de reconocer que la frase vulgar de cualquier tiempo pasado fue mejor, no tiene aplicación a la Semana Santa vivariense. La que permanece incon­movible, antes y ahora, siempre segura y firme, como los hermosos Castelos que decoran nuestra playa, resistiendo inmutable todas las borrascas de la política y todos los embates del laicismo, es la fe, la piedad y el fervor de este querido y admirable pueblo en que nací.